Nació el 28 de junio de 1712 en Ginebra y murió el 2 de julio de 1778 en Ermenonville (Francia Oise). Era hijo de un relojero (descendiente de un protestante francés que huyó de su país en 1549 y originario de Monthléry-lés-Paris) llamado Isaac y casado con Susanne Bernard también «ciudadana de Ginebra», fallecida en el parto de Jean-Jacques; siete años antes la madre había tenido otro hijo, François, de quien nada sabemos, salvo que desapareció cuando niño sin dejar rastro. El padre de Rousseau, que llevó una vida errante en el curso de la cual llegó hasta Constantinopla, conservó, a su regreso, cierta despreocupación, singularmente en materia de dinero. Habíase acostumbrado a leer junto con su hijo toda suerte de novelas e historias, entre otras Astrea (v.), de D’Urfé, y las Vidas paralelas (v.) de Plutarco. Tales lecturas avivaron la fantasía del niño y acrecentaron su sensibilidad. Rousseau contaba sólo diez años cuando su padre, luego de una riña con un conciudadano, viose forzado al destierro. El muchacho fue confiado entonces a su tío Bernard, nombrado tutor, quien le puso a pensión junto a su propio hijo en Bossey, con el pastor Lambercier; allí pasó Jean-Jacques dos años que habrían de permanecer en su recuerdo como los más gratos de su existencia.
Llevado a Ginebra con su primo, estuvo allí tres años, en cuyo transcurso estudió Geometría y compuso comedias y sermones que no osaba mostrar a nadie. Al principio su familia pensó inclinarle al oficio de relojero; luego trató de hacerle pastor, y, finalmente, escogida la profesión de procurador, le hizo ingresar en el despacho de un canciller, quien, transcurridos algunos meses, consideróle inepto y le despidió. Fue entonces colocado como aprendiz de un grabador, que le trató brutalmente; en casa de éste viose inducido por un compañero a pequeños hurtos, que le valieron un castigo. Cierto día, al regreso de un paseo por el campo, halló cerradas las puertas de la ciudad, y, temeroso de la sanción que le esperaba, resolvió -alejarse de Ginebra. Contaba entonces dieciséis años. Llegado a dos leguas de la población, en Saboya, presentóse al párroco de la localidad de Confignon, quien le acogió e invitó a abrazar el catolicismo; y así, entrególe mía carta para madame de Warens, joven viuda recién convertida que disfrutaba de una pensión de dos mil francos concedida por el rey de Cerdeña. Rousseau, pues, emprendió el camino de Annecy, y halló a Mme. de Warens cerca de la iglesia.
«Me había imaginado una vieja y ceñuda mojigata… pude contemplar un semblante agraciado, bellos ojos llenos de dulzura, una tez brillante y un busto encantador. Nada escapó a la rápida mirada del joven prosélito; lo fui, en efecto, inmediatamente, por cuanto una religión predicada por tales misioneros no podía dejar de llevar al Paraíso». Este encuentro tuvo lugar el Domingo de Ramos de 1728 — 21 de marzo —, fecha que resultó para Rousseau tan importante como pudieran haberlo sido para Dante y Petrarca aquellas en las cuales vieron éstos respectivamente por vez primera a Beatriz y Laura. Mme. de Warens envió a su protegido al asilo de los catecúmenos de Turín, donde el muchacho, con una prisa mucho mayor de lo que luego quiso reconocer, resolvió dejar el protestantismo, a pesar del horror que le inspiraban los vagabundos que frecuentaban la mencionada institución benéfica. De ella, empero, alejóse tan pronto como pudo, llevando consigo en calidad de viático unos veinte francos recibidos de quienes habían asistido a su abjuración. Durante algún tiempo vivió pobremente, y luego pasó como lacayo al servicio de Mme. de Vercelles, la cual falleció poco después.
Apoderóse entonces de una cinta que le tentaba — así lo dijo —, y dejó acusar de hurto a una criada. Más tarde conoció al abate Gaime, a quien convertiría posteriormente en «el vicario saboyano» de Emilio (v.), y sirvió en calidad de copero al conde de Gonvou, escudero de la reina; éste, al percatarse por una casualidad de que el muchacho sabía el latín, hízole estudiar y ocupóse de su futuro. Todo ello, empero, duró poco tiempo, ya que Rousseau, llegado a una íntima amistad con un joven ginebrino, Bâcle, alegre y despierto, se hizo despedir para poder andar con él por el mundo con el propósito de ganarse la vida enseñando el «chorro de agua de Herón». Muy pronto, empero, la indigencia indújole a buscar refugio junto a Mme. de Warens. Contaba ésta entonces veinticinco años, y diecinueve él; sus relaciones llegaron rápidamente a un nivel familiar (el protegido llamaba «mamá» a su protectora, y ella le denominaba «pequeño») y muy cariñoso. Mme. de Warens daba a Rousseau buenos consejos, y ejemplos que ya no lo eran tanto. Deseosa del ingreso del joven en un seminario, Jean- Jacques obedeció para darle gusto, y atestiguó por escrito haber presenciado un milagro obrado por el obispo de Annecy.
Tras algunos meses fue expulsado, y regresó junto a su protectora, que esta vez, y teniendo en cuenta la pasión de su protegido por la música, presentóle al maestro de capilla de la catedral, M. Le Maître. Con él permaneció un año, nunca lejos de Mme. de Warens, A raíz de una divergencia surgida entre un cantor y Le Maître, éste hubo de huir, y Rousseau acompañóle hasta Lyon, donde se separaron. El joven regresó a Annecy, localidad desde la cual Mme. de Warens se había trasladado a París, y entabló amistad con un músico francés llamado Ven- ture. Acompañó a la camarera de su protectora, que volvía a su país, a Friburgo, y, aun cuando el viaje fuera propicio a la declaración amorosa que la mujer aguardaba, no dijo a ésta una sola palabra; ya en tres casos más por el estilo se había comportado, por timidez, de una forma parecida. Al pasar por Noyon fue a visitar a su padre, que había contraído un nuevo matrimonio y no intentó retenerle. Desde Friburgo dirigióse luego a Lausana, donde, para imitar a Venture, quiso hacerse pasar por músico bajo un nombre ficticio, y compuso una cantata, que no logró éxito.
Cierto día, en Boudry, cerca de Neuchátel, en el curso de uno de sus paseos encontró a un extraño personaje que se decía archimandrita del Santo Sepulcro y encargado de la petición de limosnas para el rescate de los esclavos cristianos; no hablaba ni comprendía sino el italiano, y Jean-Jacques convirtióse en su intérprete. Se trataba de un impostor que fue desenmascarado por el embajador de Francia, De Nonec, quien, por lo demás, demostró interés hacia Rousseau y le facilitó los medios necesarios para el viaje a París, que el joven hizo a pie y en quince días. Ya en la capital francesa, empero, no encontró colocación. Volvió entonces todavía junto a Mme. de Warens, establecida en Chambéry, y advirtió por vez primera que Claude Anet, oficialmente camarero de su protectora, mantenía con ella íntimas relaciones; el descubrimiento, empero, no modificó en absoluto sus sentimientos. Rousseau trabó amistad con Claude Anet, quien le enseñó a herborizar; y, presa nuevamente de la pasión por la música, organizó en casa de su bienhechora conciertos en los cuales actuó con éxito como director de orquesta. Para evitarle peligrosas tentaciones Mme. de Warens resolvió, «por cariño maternal», «tratarle como hombre»; tenía entonces Jean-Jacques veintiún años. Claude Anet, que seguía siendo el intendente y el amante, consintió en ello. «Establecióse de tal suerte entre nosotros tres una comunidad sin par en la tierra».
A la muerte del servidor, Rousseau ocupó su puesto y su categoría. A fines del verano de 1736 acompañó a su señora a su nueva residencia de Les Charmettes, cerca de Chambéry, donde repartió su tiempo entre los cuidados del jardín y los que dedicaba a su espíritu, y completó su formación, hasta entonces olvidada, singularmente con la lectura de los textos de Port-Royal. Mme. de Warens pasaba entonces por una mala situación financiera, que no pudo mejorar la modesta herencia que Jean-Jacques reclamó de su madre. Por otra parte, Rousseau se hallaba en precarias condiciones de salud, y hubo de trasladarse a Montpellier en busca de remedio. Durante el viaje trabó amistad con Mme. de Sermage, la cual iba de camino con otra señora y el marqués de Torignon, a quien el joven dio a entender que era un inglés jacobita. Mme. de Sermage enamoróse de él, y Jean-Jacques, al cabo de seis semanas, regresó a Chambéry más enfermo que antes. Mientras tanto, Mme. de Warens habíale reemplazado con el hijo del portero del castillo de Chillón; Rousseau, empero, no aprobó la nueva comunidad de tres, y aceptó el puesto que se le ofrecía y desempeñó durante un año: el de preceptor de los hijos de monsieur de Mably, gobernador de Lyon y hermano de Condillac.
Sin embargo, no dejó de volver una vez más junto a Mme. de Warens, y, en el curso de esta permanencia a su lado ideó un sistema de escritura musical que esperaba ver aprobado en París, a donde se dirigió en 1741. En la capital francesa, y aun cuando rechazada su invención por la Academia, conoció a importantes personajes, como Fontenelle, Réaumur, Rameau, Marivaux y Diderot, En Disertation sur la musique moderne protestó contra la decisión de la mencionada entidad académica. Por aquel entonces vivió casi miserablemente de lecciones de música, y compuso «óperas-tragedia». Mme. Dupin, de la cual se enamoró, no le concedió sus favores; pero, sin embargo, le obtuvo el puesto de secretario particular de monsieur de Montagu, recién nombrado embajador en Venecia, donde Rousseau pasó dieciocho meses y demostró, según él mismo dice, dotes de gran diplomático. Su señor, empero, no quiso mantener a su servicio a un hombre a quien juzgaba superior; y, así, Jean-Jacques hubo de regresar a París, ciudad en la que no logró una solución satisfactoria En aquella época tuvo relaciones con una costurera, Thérèse Levasseur; el aspecto modesto y la dulce mirada de la joven le atrajeron: contaba la muchacha veintidós años, y Rousseau declaróle que si bien no pensaba casarse nunca con ella tampoco habría de abandonarla jamás.
Esta promesa fue mantenida, y en adelante, Jean-Jacques vivió con aquella mujer, inculta y de cortos alcances. Mientras tanto, había terminado su ópera, Les Muses galantes, que fue representada ante Rameau en casa de M. de la Popeliniére. Llegado luego a secretario de Mme. Dupin y de su yerno, pasó el verano en 1747 en Chennonceaux, propiedad de los Dupin. Al volver a París supo que Thérèse estaba a punto de hacerle padre. Por consejo de la madre de la joven, y con el consentimiento de los progenitores, el niño fue llevado al asilo de expósitos. La misma suerte conocieron otros cinco hijos de Rousseau, de quienes sólo habla en su obra póstuma, Las confesiones (v.). Indudablemente, conoció el remordimiento; sin embargo, la delicadeza extrema de su conciencia nunca le impidió la persecución de sus propios intereses ni la satisfacción de sus deseos. Posteriormente los escrúpulos asumieron una expresión más conmovedora. Por otra parte, empero, trata de excusar su comportamiento: «Puesto que no me hallaba en condiciones de educar yo mismo a mis hijos hubiera sido necesario dejarles crecer junto a su madre, la cual les hubiese viciado, y a la familia de ella, que hubiérales convertido en monstruos.
Me estremece este mero pensamiento». Rousseau se relacionaba entonces con Mme. d’Épinay, D’Alembert y Diderot, para quien escribía todos los artículos de la Enciclopedia (v.) referentes a la música. Encarcelado Diderot en Vincennes por su Carta sobre los ciegos (v.), Jean-Jacques iba a visitarle. Cierto día, luego de haber leído en el Mercure de France (v.) que la Academia de Dijon había propuesto como tema de concurso la cuestión «El progreso de las ciencias y de las letras, ¿ha contribuido a la corrupción o a la mejora de las costumbres?», se detuvo en la calle y empezó a componer el Discours sur les sciences et les arts (defensa de la tesis de la corrupción), que obtuvo el premio y fue publicado con gran éxito en 1750; las numerosas refutaciones, entre las cuales figuraba una — anónima — del rey Estanislao, fueron contestadas resueltamente por Rousseau Por aquel entonces Jean- Jacques reformó su norma de vida, que trató de poner de acuerdo con sus ideas acerca de la existencia simple y natural. Su nueva obra, El adivino de la aldea (v.), representada en la corte, conoció una gran fortuna, de la que el autor no quiso aprovecharse. Entablada la polémica entre el «ángulo del rey», que apoyaba a Rameau y la música francesa, y el «ángulo de la reina», favorable a la italiana, Rousseau, junto con Grimm, mostróse partidario de este último criterio, y publicó una Carta sobre la música francesa (v.).
Su comedia Narcisse cayó en el fracaso. En 1754 sacó las consecuencias de su primer Discours en el Discurso acerca del origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (v.).En un viaje a Ginebra vio de nuevo a Mme. de Warens, entonces en la miseria. «Alejado de ella por otro afecto, sentí debilitarse el que le profesara… Movióme a compasión; pero seguí mi camino. Este es el remordimiento más vivo y tenaz de cuantos haya experimentado en mi vida.» Rechazada su conversión al catolicismo, se le concedieron nuevamente el título y los derechos de ciudadano ginebrino; sin embargo, luego de algunas vacilaciones no quiso disfrutar de ello y regresó a París. En la primavera de 1756 Mme. d’Épinay le ofreció la residencia de L’Ermitage, casita situada a una legua de Épinay, junto al bosque de Montmorency; lugar solitario más bien que salvaje, fue considerado por Rousseau un paraje ideal para el cumplimiento de su misión: decir la verdad. Allí concibió y compuso la primera parte de La nueva Eloísa (v.). Por aquel entonces se enamoró de Mme. d’Houdetot, que, llena de amor hacia Saint-Lambert (v.), sólo pudo prometer a Jean-Jacques su amistad. Ello, empero, dio lugar a una intriga debido a la cual Mme. d’Épinay despidió a Rousseau, quien apresuróse a abandonar L’Ermitage y fue a establecerse en Montlouis, cerca de Montmorency (diciembre de 1757), donde completó la Nouvelle Éloise y escribió la Carta sobre los espectáculos (v.).
Durante los años sucesivos aparecieron casi al mismo tiempo La nueva Eloísa (1761), El contrato social (1762, v.), obra proscrita en Francia, y, finalmente, Émile, texto publicado el 24 de mayo de 1762 y condenado a la hoguera, en tanto era decretada (8 de junio) la detención de su autor. Estos tres libros alcanzaron un gran éxito, e hicieron de Rousseau un importante director de conciencias, a quien acudían quienes no formaban parte del grupo de los «filósofos» ni del de los «devotos». El decreto del Parlamento obligóle a huir al territorio de Berna, a Yverdon; allí supo que también en Ginebra había sido quemado Émile. Retiróse luego a Mótiers-Travers, en el condado de Neuchátel, perteneciente al rey de Prusia y bajo el gobierno de milord Mariscal (alias milord Keith, escocés). Su permanencia allí fue, inicialmente, tranquila. A causa del progresivo empeoramiento de su dolencia — el mal de piedra — adoptó la indumentaria armenia, que le parecía más cómoda. Atacado por los pastores suizos, respondió con las violentas Cartas de la montaña (1764, v.), que aparecieron tras la Lettre al (arzobispo de París (1763) y provocaron una contestación de Voltaire en un libelo anónimo, Le sentiment des citoyens, que le indujo a la composición de un libro de justificación: Les confessiones de Jean-Jacques Rousseau, contenant le détail des événements de sa vie et de ses sentiments secrets dans toutes les situations où il s’est trouvé.
Las crecientes amenazas del pueblo y la citación ante el Consistorio forzáronle a huir al territorio de Berna y a refugiarse en la isla de Saint- Pierre, donde pasó los últimos días del verano de 1765. Obligado nuevamente a la fuga, y como no supiera a dónde dirigirse, aceptó el ofrecimiento de David Hume (v.) y marchó a Inglaterra, tras una brevísima estancia en el inolvidable asilo del Temple, al cual le condujera el príncipe de Conti. Luego de una corta permanencia en Londres, Hume le estableció en Wothon, en el condado de Derby. Sin embargo, Rousseau llegó a considerar sospechosa la actitud del filósofo inglés respecto de él. Basándose en indicios susceptibles de ser diversamente interpretados (palabras pronunciadas por Hume durante la noche, cartas abiertas, libelos injuriosos), imaginóse objeto de un complot; advirtió la falsedad de una carta recibida del rey de Prusia en la cual se le ofrecía un refugio, y creyó que Choiseul pudiera estar al frente de la conspiración. Sea como fuere, no obstante, halló el tiempo necesario para la composición de los primeros seis libros de Les confessions. A pesar del ofrecimiento de una pensión que le hizo el monarca inglés, en mayo de 1767 dirigióse a Francia.
Allí se hizo llamar M. Jacques, y luego M. Renon, y pasó varios días en una casa de Mirabeau, en Fleurysous – Meudon; posteriormente estuvo en Trye, cerca de Gisors, posesión del príncipe de Condé, en la cual terminó el sexto libro de Les confessions. Sin embargo, seguía creyéndose perseguido, e imaginó que se le hacía responsable de la enfermedad de su viejo amigo Du Peyron, quien había ido a visitarle, y de la muerte del portero del castillo. Al cabo de un año abandonó Trye, y marchó a Lyon, Grenoble y Chambéry, donde visitó la tumba de Mme. de Warens. Luego fue a Bourgoin; allí, el 29 de agosto de 1768, en una habitación de una posada y ante el alcalde de la población y un primo de éste, celebró su matrimonio con Thérèse, convertida en «su esposa por la gracia de Dios» y pronunció un sublime discurso que hizo llorar a los presentes. Finalmente, dirigióse a Monquin, donde prosiguió la redacción de Les confessions. Durante la primavera de 1770 asistió, en Lyon, a la representación de su obra Pygmalion (v. Pigmalión), y luego marchó a París, ciudad en cuyas tertulias empezó a leer Las confesiones, que no suscitaron entusiasmo ni escándalo, sino más bien embarazo y compasión. Fue a residir en la calle Plâtrière, donde vivió solamente de modestas rentas y de su labor como copista de música.
En su casa, de vez en cuando, tocaba su espineta, en tanto la mujer cosía y un canario cantaba en una jaula; los pequeños gorriones iban a comer el pan a sus ventanas, una de las cuales estaba adornada con plantas. Frecuentaba a Bernardin de Saint-Pierre. En cuanto a los visitantes y curiosos, eran rechazados o bien objeto de selección por Thérèse. Un conde polaco pidióle un proyecto de Constitución para su país, que dio lugar al texto Considérations sur le gouvernement de Pologne et sur sa réformation projetée. Aumentados sus recelos que le inducían a considerarse perseguido, compuso un extraño libro, Les dialogues, Rousseau juge de Jean-Jacques, conjunto de conversaciones entre un francés y el mismo autor. Como no se atreviera a publicarlo por temor a la prohibición de sus perseguidores, resolvió llevar el manuscrito al altar de Notre-Dame; sin embargo, el día escogido para ello, el 24 de diciembre de 1776, halló el coro cerrado por una verja que nunca viera anteriormente. Condillac, a quien mostró el texto, no lo comprendió. Entonces, como solución extrema, escribió una «nota circular dirigida a la nación francesa», hizo varias copias de ella y las distribuyó por las calles; tal hoja suelta de justificación, en la cual se leía como subtítulo «A todos los franceses que aman aún la verdad y la justicia», fue rechazada por los transeúntes.
Repuesto de una enfermedad, inició la composición de su último libro, Las meditaciones del paseante solitario (v.). Dudaba acerca de la oportunidad del lema «Vitam impendere vero» y dedicó la cuarta Promenade al examen y a la excusa de las posibles falsedades expuestas. Sus fuerzas declinaban, y, así, empezó a buscar un asilo que no le resultara muy caro. Aceptó súbitamente el ofrecimiento del marqués de Girardin, quien le invitaba a vivir en un pabellón situado frente al castillo de Ermenonville, en tanto aguardaba la construcción de una cabaña en el parque. Partió el 20 de mayo de 1778. El marqués, discípulo de Rousseau, había dispuesto el jardín según el gusto del maestro, a quien levantara ya «un pequeño monumento filosófico». El 2 de julio Jean-Jacques falleció víctima de la apoplejía, y fue enterrado dos días después, por la noche, en-el extremo del lago, en la isla de los Chopos. Un mes antes había muerto Voltaire. En la primera página de Les confessions Rousseau invocaba preventivamente el juicio de Dios y expresaba sospechas «…quién se atrevería a decirte: “Yo he sido mejor que este hombre*’?».
Sea como fuere, en el caso que nos ocupa deben tenerse en cuenta las dolencias mentales — varias, más bien que una sola — del escritor. Además de ello, existe en el pensamiento de Jean-Jacques el problema, propio asimismo de Gide, de la sinceridad. ¿Qué relación tiene ésta con la verdad? El primer concepto, ¿implica el otro o bien pretende ser completado por él? Por otra parte, ¿acaso resulta posible? Se trata de cuestiones a las cuales procura responder Jean Guéhenno en su importante obra acerca de Rousseau
J. Grenier