(llamado Jean Chopinel o Clopinel porque era cojo). Nació en Meungsur-Loire hacia 1250 y murió en París en torno a 1315. Vivía en un bello palacio propio de la calle Saint Jacques, entregado a la prudente administración de sus bienes y, singularmente, al estudio, la meditación y la composición de textos. Docto en Ciencias teológicas y naturales, así como en Filosofía y Filología clásica, fue, entre Rutebeuf y Rabelais, uno de los «intelectuales» más agudos e influyentes de la naciente burguesía, tanto por la independencia de su criterio como por la libertad de su pensamiento. Atacó a sacerdotes, frailes y mujeres, de quienes denunciaba y condenaba las malas costumbres; se trata de seres reales observados en su más cruda evidencia.
Adoptó una actitud resuelta contra la vida y la literatura del gótico, entonces viciadas, en su obra más importante, la única que nos ha transmitido su nombre: los 18.000 versos con los que continuó y concluyó el Roman de la Rose (v.). Con la primera parte del texto, de inspiración galante, contrasta la interminable adición de J., que cabría calificar de pesada si un elemento innovador fundamental no indicara su proyección hacia el Renacimiento: el sentimiento y el gusto de la naturaleza y de su lozana y variada realidad, con la unidad de su bien y su mal ya no caracterizados por líneas místicas, y a través de una expresión franca, alegre y mordaz. Seguramente el rumbo moderno del autor y, si no la prolijidad, sí, al menos, su realismo debieron de agradar a Dante. Además de la continuación del Román de la Rose nos dejó un Testament Maistre Jean de Meung en versos alejandrinos, junto a un Codicile de once estancias en octosílabos. Tradujo textos de Boecio, Girald de Barry, Vegecio, etcétera. Cuando murió, su cuerpo fue sepultado cerca de su casa, en el cementerio de los dominicos de la rué Saint Jacques.
Allí lo acogieron los religiosos, agradecidos al literato, quien les había dejado en herencia un gran baúl «repleto de cosas preciosas» y que, una vez abierto, reveló no contener sino tablillas de pizarra con misteriosos dibujos grabados, probablemente difíciles soluciones a problemas de alquimia; considerándose a causa de ello burlados por el despreocupado anciano, los frailes estuvieron a punto de sacar del recinto del convento los restos del irónico poeta.
G. Veronesi