Nació en Hyéres (Provenza) el 24 de junio de 1653 y murió en Clermont-Ferrand el 18 de septiembre de 1742. Discípulo de los religiosos del Oratorio, estudió en Marsella, y a los dieciocho años vistió el hábito de la congregación. Doctoróse en teología en Arlés, y enseñó literatura en los colegios y seminarios de Pézenas y Montbrison. En 1692 fue ordenado sacerdote en Vienne; sus primeras oraciones fúnebres fueron las dedicadas al arzobispo de esta ciudad y al de Lyon. Tras un breve período de meditación en la abadía de Septfonts se trasladó a París, a donde le precediera su fama de orador, que afianzó con algunas conferencias y el cuaresmario predicado en 1699 en la iglesia de los oratoria- nos de la calle Saint-Honoré.
El mismo rey Luis XIV le quiso en la corte y le encargó los sermones del adviento de 1699 y de las cuaresmas de 1707 y 1704. A partir de entonces, Massillon arrebató de las manos de Bourdaloue, ya anciano, la antorcha de la elocuencia sagrada, que mantuvo a lo largo de veinte años, al cabo de los cuales el nombramiento de obispo de Clermont obligóle a cambiar de residencia. Por sus éxitos en París, mereció el sobrenombre de «Racine del púlpito»; era admirado incluso por Voltaire, D’Alembert y Laharpe. No resulta difícil comprender este asombro, y ello a pesar de los reproches que pueden hacerse a su oratoria: falta de relieve y energía en el estilo y en los esquemas, sobre todo en comparación con los siempre perfectos de Bourdaloue, cierta debilidad de fondo y una tendencia al sofisma o a una estructura apoyada sólo en brillantes digresiones: todo esto era compensado por la ingeniosa elaboración, la ductilidad espontánea y una gran amplitud y riqueza de expresión.
Ello no podía dejar de maravillar a sus contemporáneos, a quienes atraían precisamente estas cualidades. En él, lo mismo que en Bourdaloue, el dogma cede el paso a la moral, quizá menos psicológicamente profunda y más teórica; pero, sin embargo, apoyada por las dotes patéticas del predicador y por una seducción oratoria sin par. Como Bossuet y Bourdaloue, también Massillon pronunció oraciones fúnebres para los grandes personajes de su época: así, las del príncipe de Condé (1709), el gran Delfín (1711) y el mismo rey Luis XIV (1715); es proverbial la expresión contenida en esta última «¡Sólo Dios es grande, hermanos!». Consagrado obispo de Clermont a fines de 1718, permaneció todavía dos años en París para colaborar en la pacificación de la iglesia de Francia, perturbada por las luchas desatadas por la bula Unigenitus. Mientras tanto, le fue encargada la predicación de la cuaresma ante el joven monarca Luis XV ; los sermones de aquélla, reunidos bajo el título de Petit Carême, constituyen la obra maestra de Massillon Desde 1720 vivió casi siempre en su diócesis, hasta el fin de sus días. En 1719 había ingresado en la Academia Francesa. Sus sermones más célebres (v. Sermones) son los que versan acerca de la «Mort», la «Impénitence finale», la «Mort du pécheur» y el «Petit nombre des élus».
C. Falconi