Nació en Viena el 21 de septiembre de 1791 y murió suicida el 8 de abril de 1860. Estudiante mediocre, a los diecisiete años inició la carrera militar. Como contribuyese con una audaz acción personal a la victoria de Leipzig, en 1813 fue promovido capitán. Durante el Congreso de Viena el brillante nivel de vida y el singular espíritu del joven oficial aristocrático provocaron la admiración de sus semejantes, en tanto él, precisamente por el grato y fastuoso ambiente que le rodeaba, empezaba a percatarse de su incompleta y superficial formación intelectual. Para poner remedio a ello entregóse al estudio y realizó, en varias ocasiones, largos viajes por Inglaterra, Italia, Francia y el Próximo Oriente. Abierto al arte, la literatura, la música y la ciencia, sintióse, empero particularmente impresionado por el florecimiento de la economía y la industria inglesas y el espíritu democrático de Francia, que le inducían sin cesar a desoladoras comparaciones con la atrasada situación de su país.
En 1824 se enamoró de la condesa Crescencia Zichy, su futura esposa, y, para hacerse digno del sublime idealismo de esta mujer resolvió emplear todas sus energías en favor de la patria. En la dieta de 1825 destacó en el debate sobre la fundación de una academia de ciencias, y ofreció al proyecto en cuestión sus ingresos de un año. Tal gesto dio inicio a su magnífica actividad de patriota, en el transcurso de la cual ideó y llevó a la práctica una serie de instituciones, organizaciones y obras públicas (regulación del Danubio y del Tibisco, navegación a vapor, acondicionamiento de la Puerta de Hierro, construcción de ferrocarriles y del puente de cadenas de Pest, etc.) indispensables para el deseado resurgimiento de la economía húngara sobre bases modernas. Diversas cuestiones económicas, sociales y constitucionales de carácter práctico integran el contenido de los volúmenes Crédito (v.), Mundo y Estadio, piedras miliares del renacimiento magiar.
Sin embargo, el fin último de todo ello presentaba, en realidad, un aspecto no material, sino espiritual y moral; tales reformas tendían a la redención del alma del país y a la renovación interna del mismo. Puesto que Széchényi subordinaba la generalmente soñada libertad política de la nación a su independencia económica, luchó en particular contra los privilegios de la nobleza (v. Luz) y la institución del vasallaje, que consideraba obstáculos principales para el progreso de la economía. Muchos espíritus superiores y toda la juventud le siguieron con entusiasmo; otros, en cambio, juzgábanle un peligroso revolucionario. Su popularidad, siempre en aumento durante dos decenios, no se vio menoscabada hasta que los elementos más impacientes y apasionados hallaron un guía a propósito en Lajos Kossuth, el temperamento ardiente y la patética oratoria del cual hicieron triunfar, finalmente, el programa de la independencia política y arrastraron el país a la revolución que Széchényi previera con horror. «El mayor de los húngaros» — así denominó Kossuth a su adversario — creyóse culpable de la amenazadora catástrofe, y, en septiembre de 1848 fue víctima de la locura.
A partir de entonces vivió en el manicomio de Dóbling, que no abandonó ya ni aun después de su curación. En 1857 reanudó la actividad, y en el curso de los tres últimos años de su existencia escribió todavía, además de numerosos artículos, el emotivo texto El conocimiento de sí mismo, Gran sátira húngara, la obra anónima Blick (publicada en 1859 en Londres) y Disharmonie und Blindheit, y se deshizo en acusaciones contra sí mismo y en amargas críticas de su pueblo y del dominio policíaco y vengativo de Viena en Hungría. A fines de marzo de 1860 la sospecha de una posible vigilancia ejercida sobre él por las autoridades austríacas agravó nuevamente sus condiciones de salud; y así, en un acceso de desesperación, Széchényi quitóse la vida el 8 de abril. El profundo conocimiento de las virtudes y los defectos de su raza, la novedad de su pensamiento y el sentido de responsabilidad hacen de nuestro autor la figura más brillante del resurgimiento húngaro. Nadie como él propuso fines tan sublimes a su pueblo, al cual deseaba educar para el cumplimiento de su misión humana ya no solamente en el ámbito nacional, sino incluso en el universal. La literatura de Hungría fue enriquecida por Széchényi con una prosa incisiva, realista y vibrante, y muy eficaz asimismo en el desarrollo de temas todavía no tratados en el lenguaje magiar.
E. Várady