Nació en Verviers el 23 de diciembre de 1862 y murió en Uccle (cerca de Bruselas) el 24 de octubre de 1935. Hijo de un industrial lanero, magistrado de la ciudad, su característica atención por las relaciones entre la historia política y administrativa y las condiciones economicosociales parecen proceder del ambiente además de su formación intelectual. Estudió en Lie ja con G. Kurth, quien lo inclinó al estudio de la Edad Media bárbara, y con Fredericq, que le transmitió su dominio de la historia belga, y heredó de ambos su severo hábito filológico. Consolidó en Berlín los fundamentos de su originario interés económico- social con Schmoller (de Lamprecht sólo fue amigo) y en París con Giry. Profesor en Lieja en 1885 y catedrático en Gante desde 1886, sus primeros trabajos fueron el fruto de sus experiencias eruditas y su nueva tendencia al estudio del origen de las ciudades medievales.
Así, mientras atendía a la recopilación sistemática y crítica de las fuentes para la historia de los Países Bajos, que había de desembocar en el volumen I de la Histoire de Belgique (1900), fue completando las investigaciones y análisis críticos (con conocidos artículos en la Revue Historique de 1893, 1895 y 1898), que culminaron con la nueva solución al problema de las constituciones urbanas flamencas, estudiadas ahora desde un punto de vista económico (Les anciennes démocraties des Pays-Bas, 1910). Aunque no abandonó la historia nacional, su estudio y su exposición se basaron más que en las guerras y en la diplomacia, en «las transformaciones de los grupos políticos, las teorías políticas, las ideas religiosas, las instituciones, los fenómenos económicos y las condiciones sociales». Los valores económicos, siempre presentes junto a los acontecimientos y los personajes, representados ahora por la «nueva industria textil» (cuyo desarrollo ilustró minuciosamente con Espinas publicando la Collection de documents relatifs á l’histoide de l’industrie drapiere en Flandre, 4 vols., 1906-24), se ampliaban ya ahora con la historia de la «vida total» y todas las investigaciones tendían a «recomponer el todo».
La primera Guerra Mundial vino, por otra parte, a remachar su conciencia del vínculo existente entre la historia de Bélgica y la de toda la Europa occidental, que ya había constituido el encuadramiento más original de la Histoire; y en los últimos volúmenes (V-VII, 1921-32; y cfr. La Belgique et la guerre mondiale, 1928) deriva del sentimiento y de la voluntad, además del desarrollo estructural de la obra. Su intemamiento en Alemania durante la guerra (desde Krefeld hasta Holzminden, en Jena y en Kreuzburg an den Werra, en Turingia), el estudio del ruso y las dolorosas experiencias de aquellos años ensancharon sus horizontes (cfr. Souvenirs de captivité en Allemagne, 1921 y ya en Revue des Deux Mondes, 1920), de modo que la Histoire de l’Europe des invasions au XVI.6 siècle, compuesta en la prisión y publicada póstumamente (1936), inauguró el último y más original período de su producción.
El eje de rotación de su panorama se desplazó desde el Occidente europeo (a cuyo Medioevo volvió, sin embargo, con nuevo ímpetu con Les villes du Moyen Âge: essai d’histoire économique et sociale, 1927, las otras brillantes síntesis y la serie de monografías económicas que recuerdan sus años juveniles; ahora reunidas en Histoire économique de l’Occident médiéval, 1951) al Oriente romano-bizantino y a todo el Mediterráneo, y la continuidad entre mundo antiguo y medieval se identificó con la continuidad, entre los siglos V y IX, hasta la expansión árabe, de las relaciones intermediterráneas (la tesis apareció en Mahoma y Carlomagno, v., artículo de la Revue Belge de Philologie et d’histoire, 1922, ampliándose a través de varias contribuciones, 1923-33, hasta constituir el póstumo volumen homónimo, 1937).
Su realismo, liberado de todo residuo teórico, logrado el sentido complejo de las relaciones infinitas que integran la historia del hombre, lo convirtió en uno de los más notables historiadores europeos, más allá de sus tesis personales y siempre discutibles. Su espíritu liberal y su visión unitaria de la historia hicieron de él, al mismo tiempo, un apasionado coordinador de actividades científicas internacionales y el creador de organizaciones adecuadas, como el «Comité Historique International» y la «Union Académique» de Bruselas.
E. Lépore