Gil Vicente

Pocas e inciertas son las noticias que poseemos sobre la vida de este literato, considerado el principal autor dramátitco portugués. Parece haber nacido en torno a 1465, posiblemente en Guimaraes o en alguna localidad de Beira, y muerto ha­cia 1537 (su última obra, Floresta de engaños, es de 1536). Se tiende a identificarle con el homónimo y contemporáneo orfebre y «mestre de balança» (director de la ceca) autor de la famosa custodia de oro conser­vada en Belem, cerca de Lisboa. Su teatro, perteneciente aún por completo a la Edad Media por espíritu y técnica (expresión de una época de singular brillantez en la historia de Portugal, la de los descubri­mientos y la formación del imperio de ultra­mar durante los reinados de Manuel I y Juan III), encierra ya en sí ciertos elemen­tos renacentistas, evidentes en el gusto del espectáculo, en la caracterización de tipos humanos bien diferenciados y en la tenden­cia, siquiera todavía mínima, a una acción interna.

C. Michaëlis de Vasconcellos ha demostrado la procedencia de la cultura de Vicente en particular de las tradiciones popula­res y de la literatura peninsular, y la ver­dadera condición del autor, no propiamente literato, sino genio espontáneo y exuberante. Luego de su aparición en la corte con el Monólogo del vaquero (1502, v.), la reina Leonor, viuda de Juan II, dispensóle su pro­tección. Empezó entonces a escribir tanto para los soberanos como para el pueblo. Al principio siguió los modelos de Juan del Encina (v.) y Torres Naharro (v.); muy pronto, no obstante, superó al primero en la composición de los autos, género que du­rante el siglo XVII encontraría su mejor artífice en Calderón (v.). Dramatizada la égloga de Encina bajo la forma de miste­rios y moralidades, surgió así, prácticamen­te, el teatro portugués. Vicente cultivó también la comedia en prosa (Auto da india, O velho da horta, F arca de quem te fárelos), en la cual reveló admirables dotes de psicólogo y crítico de costumbres, definitivamente con­firmadas luego por la Farsa de Inés Pereira, Juiz da Beira, etc. Censuró tanto los hábitos locales como los vicios de la curia romana (Auto da feira, 1527); ello, sin embargo, no supone en el autor una actitud religiosa poco ortodoxa.

Buen patriota, incitó a sus conciudadanos a la cruzada africana (Exhortação da guerra), y exaltó el Imperio por­tugués de Oriente (Auto da fama). En el ámbito de los moralidades alcanzó los más altos niveles en el Auto da alma (posible­mente de 1518), en el que la lucha entre el bien y el mal se resuelve en la libre con­ciencia del hombre, y en los autos de la Trilogía de las Barcas (v.); en el Auto da alma (1517) lleva a la escena, en una pinto­resca sucesión, a diversos condenados del Infierno. El Auto de Mo fina Mendes con­tiene, además de un sermón jocoso, los mis­terios de la Anunciación y la Natividad, con los cuales alterna un apólogo en el que la pastorcilla Molina aparece como símbolo vivo, y lleno de gracia, de la ligereza del hombre, que pone sus esperanzas en lo efí­mero. Tanto en los géneros anteriormente citados como en la comedia novelesca (Tra­gicomedia de don Duardos, v.) y alegórica (Trionfo do invernó) se dan a veces encan­tadores pasajes líricos, inspirados en la fe religiosa, el amor profano, el sentimiento de la naturaleza y la poesía tradicional de las «cantigas de amigo» y los romances.

El teatro de Vicente es, por lo tanto, un mundo ex­tremadamente variado, que conmueve, di­vierte y fascina; se trata de un producto de la fantasía, de la sensibilidad (desde lo patético hasta lo madrigalesco), del humo­rismo y de prodigiosas facultades descrip­tivas. La obra del poeta fue publicada casi íntegramente en la Copilagam, de la cual se encargó en 1562 su hijo Luis Vicente, quien, por desgracia, introdujo modificacio­nes en el texto y facilitó informaciones cro­nológicas inexactas; el conjunto comprende dieciséis composiciones en portugués, once en castellano y diciesiete bilingües. A ello cabe añadir dos autos anónimos reciente­mente atribuidos a Vicente por Révah (v. Obras).

J. Prado Coelho