Nació el 3 de febrero de 1874 en Alleghany (Pennsylvania), y murió en París el 27 de julio de 1946. Pasó la infancia en Viena y en la capital de Francia, y la adolescencia en Oakland y San Francisco. Fue discípula predilecta de William James en el Radcliffe College, donde se especializó en Psicología, y estudió Medicina durante cuatro años en la John Hopkins University. Con estas actividades, desinteresadas, procuró profundizar su vocación artística, a la que dedicaba todo su tiempo y su abundante renta. En 1903 se estableció en París con una amiga más joven, Alice B. Toklas, en adelante compañera y secretaria suya. Permaneció en Francia incluso durante la segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana, que describió en su último libro, Las guerras que he visto [Wars I have Seen, 1945].
Apasionada, ya desde su juventud, por la pintura moderna y cualquier tipo de arte de vanguardia, en 1903, a su llegada a la capital francesa, empezó a relacionarse con el grupo de Picasso, Matisse y Braque, del que fue mecenas, propagandista y hasta discípula, e intentó llevar las teorías y los procedimientos de tal pintura al ámbito de la narrativa; absorta en el mundo incorpóreo de sus «frases perfectas», formóse en el cultivo de la visión artística independiente y despreocupada. Su libro inicial, Tres vidas (1909, v.), que la situaba ya en un primer puesto entre los narradores americanos, podía considerarse todavía una obra realista. Sin embargo, poco después el arte literario de la autora se hizo revolucionario, difícil y aun incomprensible, y, franqueado el mundo lógico, extendióse por el campo de lo irracional y del sonido puro. Según ella, la «verdad» sólo podía captarse mediante una narrativa que, inspirada en una técnica iconoclasta y una estructura sólida, concretara las inspiraciones, los puntos muertos y los saltos de la vida, sus sueños pasivos y sus vacilaciones en el vacío.
A tal «investigación», desarrollada en numerosos textos narrativos, composiciones dramáticas, testimonios, etc., aportó una aguda conciencia del ritmo natural, y una espontánea fidelidad a lo simple; y en sus obras más célebres, Autobiografía de Alice Toklas (v.) y Autobiografía de todo el mundo (v.)), el estilo de Stein recobró un nivel lógico y comprensible. Fue, para los jóvenes americanos de la «generación quemada» (expresión que Hemingway hizo suya), una especie de símbolo y un estandarte. Luego, con el florecimiento de la nueva narrativa anglosajona (Joyce, en Europa, y Dos Passos, Hemingway y otros, en América), quedó relegada a la penumbra, y, en cierto sentido, sobrevivióse a sí misma.
N. D’Agostino