Georges-Jacques Danton

Nació el 20 de octubre de 1759 en Arcis-sur-Aube (Cham­pagne) y murió guillotinado en París el 6 de abril de 1794. A los veinte años se dirige a la capital en busca de fortuna, casa con Gabrielle Charpentier y obtiene un empleo de abogado del Consejo Real (1787).

De re­cia complexión y notable fealdad, con el rostro picado de viruelas, su activo tempe­ramento e instintiva capacidad para captar y dirigir los sentimientos colectivos le con­siguen muy pronto sólidos aprecios y la posibilidad — a través del Club de los Cor­deliers, por él mismo fundado— de acre­centar su propia autoridad sobre las masas.

Aunque culto y habituado a la oratoria tradicional, prefirió confiarse a la audacia verbal y de ademanes y abandonarse a las vehemencias de la improvisación. Menos fino que Mirabeau e inclinado a una retórica estentórea, logró, empero, dar interés a sus discursos mediante repentinos destellos y un ritmo veloz.

Trabajó ardientemente en derrocar a la monarquía, cuya caída abrióle el camino del poder. Ministro de Justicia por espacio de dos meses durante la Asam­blea Legislativa y ferviente partidario de la guerra en el exterior y del reclutamiento en masa dentro del país, trató de refrenar las hostilidades en París mediante el Tri­bunal Revolucionario y el «Comité de Salut Public».

Sin embargo, la política de violencia perdió, al pasar a manos del gru­po de Marat, el carácter de recurso provi­sional que había pretendido conferirle Danton y dio lugar a las matanzas de septiembre. Diputado en la Convención y fracasada toda posibilidad de acuerdo con los girondinos, pasó a la Montaña y defendió enérgicamen­te la patria en peligro (v. Sobre la patria en armas).

En julio de 1793, cuando, tras la caída de la Gironda, Robespierre había transformado ya los sistemas de represión interna en el régimen del Terror, Danton con­trajo un segundo matrimonio con Louise Gely, joven de dieciséis años. Sospechoso para los partidarios de Hébert y de Robes­pierre y acusado de ser moderado y de cons­pirar, al año siguiente subió a su vez al patíbulo. Entre los Discursos (v.) cabe re­cordar los extractos de la arenga pronun­ciada ante el tribunal revolucionario.

S. Morando