Georges Clemenceau

Nació en Mouilleron-en-Pareds (Vendée) el 28 de septiem­bre de 1841 y murió en París el 24 de noviembre de 1929. Al ser elegido alcalde de Montmartre, dejó bruscamente en 1870 la Medicina para dedicarse a la vida política.

Seis años después era diputado de la ex­trema izquierda por París. Derribó varios gabinetes, luchó contra el «boulangisme» y mostróse partidario de Dreyfus durante el célebre «affaire»; finalmente, logró consti­tuir el bloque de las izquierdas.

Senador del Var en 1902, se opuso a Valdeck-Rousseau y apoyó la campaña para la separación de la Iglesia y el Estado. En 1906 fue mi­nistro del Interior y, por vez primera, pre­sidente del Consejo. Dimitió en julio de 1909 y atacó la convención franco-alemana de 1911 y la elección de Poincaré a la presi­dencia de la República.

Al principio de la guerra europea presidió la Comisión sena­torial del Ejército, hasta que el 16 de noviembre de 1917 fue de nuevo presidente del Consejo. A la decisiva actuación de este anciano de setenta y seis años debióse prin­cipalmente la victoria de Francia.

En los tiempos inmediatos al 11 de noviembre de 1918 la popularidad de C. era ilimitada; pero en el transcurso de la Conferencia de la Paz fue disminuyendo: el «Tigre» no resul­taba el diplomático ideal para esta clase de negociaciones.

Concluido el Tratado de Versalles, creyó poder suceder a Poincaré en la presidencia de la República; no obstante, fracasó su candidatura (enero de 1920), por lo que C. retiróse a la vida privada. Du­rante esta última etapa de su existencia compuso obras como Démostlnéne (1926), Au soir de la pensée (1926), Claude Monet (1928) y sus memorias sobre la primera gue­rra mundial (v. Grandeza y miseria de una victoria).

Periodista valeroso y duro pole­mista, había fundado y dirigido en los últi­mos años del siglo pasado, y aun en el ac­tual, periódicos como La Justice y L’Aurore, cultivando asimismo la novela (Le grand Pan, 1896, y Les plus forts, 1898, de mati­ces acusadamente anticlericales).

Mayores méritos alcanzó como orador, pues fue im­petuoso y apasionado, con una dialéctica arrolladora, llena al mismo tiempo de sim­plicidad y fuerza primitivas.

C. Falconi