Filósofo estoico, nació en Aso (Tróada) en 331-330 a. de C.; murió alrededor del 232-231. Su vida —sólo parcialmente conocida por nosotros a través de las noticias que nos han sido trasmitidas sobre todo por Diógenes Laercio (v. Vidas de los filósofos) — es el más admirable ejemplo de aquella «potencia» moral de la que fue decisivo defensor.
De humildísimo origen, fue al principio púgil en su patria y pasó luego a Atenas, donde se sometió a los más pesados trabajos para poder asistir a las lecciones del estoico Zenón, del que fue posteriormente sucesor en la enseñanza.
Rechazó la ciudadanía ateniense para no agraviar a su ciudad natal. Según una fundada tradición, habría imitado también a su maestro al dejarse voluntariamente morir de hambre. Poseemos de él el famoso Himno a Zeus (v.), unas cincuenta obras en su mayoría morales y algunos fragmentos.
Su pensamiento, escasamente original, se mantiene fiel a los principios fundamentales de la enseñanza de Zenón, que le permiten no sólo polemizar con los platónicos, escépticos y epicúreos, sino también disentir del estoico Crisipo, que será su sucesor.
Su programa ético, por el rigorismo que lo informa, se manifiesta afín al ideal de los cínicos; por lo demás, el cínico Cratete había sido maestro de Zenón, del que escribirá las Memorias y parece también que de C. Pero el rigor de su conducta no le impide leer a los poetas, a los que interpreta arbitrariamente, ni cultivar la poesía, a la que reconoce una gran función clarificadora.
La misma música, unida a la poesía, la considera como indispensable en el culto a los dioses; no por sí sola, sino como preciada ayuda para intuir lo divino (cfr. Filodemo, De música, 28, 1).
C. Falconi