Geoffroy de Villehardouin

Nació entre 1150 y 1164 (1152?) en el castillo de Villehardouin (Aube) y murió en Tracia en torno a 1213. Pertenecía a la antigua nobleza de la Champagne, y parece haber vivido en esta comarca hasta que, en 1198, Thibaut de Champagne y Louis de Blois, cruzados, le confiaron la negociación, con la República veneciana, del traslado a Palestina de la cuarta cruzada. Nada conocemos de su vida anterior a este momento. En adelante, em­pero, sale de la sombra el culto señor rural; y su singular figura de fino diplomático, estratega, soldado, historiador y escritor se precisa vigorosamente, siquiera con la am­bigüedad que es uno de sus aspectos más interesantes, a través de las páginas exactas y penosas, alumbradas por destellos poéti­cos, de las célebres «crónicas» (v. La con­quista de Constantinopla), que escribió en los últimos años de su vida, luego de haber abandonado en 1207 cualquier actividad po­lítica y militar.

Villehardouin no regresó ya a Francia. La compleja narración de tan extraña cru­zada, las modificaciones de cuyos planes pro­vocaron, en lugar de la conquista de Jerusalén, la de Constantinopla por cuenta de un soberano extranjero (por lo que el Papa excomulgó a los cruzados victoriosos), refleja el espíritu del personaje que fue uno de los principales protagonistas de la empresa y el único historiador de la misma. Encar­gado, en 1201, de establecer con el dux En­rique Dándolo las condiciones del transporte de los cruzados, hubo de negociar con una habilidad diplomática tan sutil como incomprendida para conciliar las enormes pre­tensiones de aquél con las limitadas posibi­lidades de su ejército, el cual, por ende, se halló comprometido en acciones bélicas no previstas antes de la partida hacia Tierra Santa, y luego envuelto en las luchas polí­ticas y en las rivalidades existentes entre los príncipes y soberanos de la Europa orien­tal. Tras la conquista de Constantinopla, en 1204, fue nombrado mariscal de Rumania. El año siguiente participó en la guerra-con­tra los búlgaros, y luego en la dirigida con­tra Teodoro Lascaris.

Recibió entonces de Enrique II de Flandes el feudo de Massinopolis, en Tracia, donde murió ocho años después. Villehardouin tuvo una responsabilidad deci­siva en la marcha de la cuarta cruzada, por lo cual mereció en Francia vivos reproches. Sin embargo, con la orientación de toda una empresa de tal carácter hacia objetivos no religiosos eludía la herencia de la Edad Media, por aquellos tiempos ya decadente, más allá de la cual su condición de «hon­nête homme», siquiera con apariencia de cí­nico, establecía los primeros elementos de una manera de ser despreocupadamente hu­manística sobre el agostado tronco del feu­dalismo. Cabe preguntarse, empero, si este límpido ser humano y claro escritor re­sultó verdaderamente despreocupado. Quie­nes exaltan su fidelidad a la palabra dada a los venecianos como justificación del in­cumplimiento del ideal cristiano trazan a su alrededor los rasgos del enigma gracias al cual Villehardouin, después de más de setecientos años, sigue desafiando a la muerte y se presenta, junto con su mundo moral, como un fascinador interrogante humano.

G. Veronesi