Gaspar Melchor de Jovellanos

Nació en Gijón el 5 de febrero de 1744, murió en Vega de Navia el 27 de noviembre de 1811. Hizo sus estudios en Oviedo y Alcalá. Fue ma­gistrado en Sevilla donde trató al intendente Pablo de Olavide y se dice que fue el pri­mero en dejar de usar la peluca, indudable rasgo de progresismo. Académico, conse­jero, fundador del Banco de San Carlos y del Instituto Asturiano que actualmente lleva su nombre en Gijón. Por su amistad con Francisco Cabarrús siguió las vicisitu­des de la carrera política de éste; sufrió destierro y ganó algún alto cargo, como secretario de Gracia y Justicia (1797). Por censurar la vida privada de Godoy y por sus escritos contra la Inquisición fue deste­rrado a Mallorca y encerrado en la cartuja de Valldemosa (1801) de donde pasó al castillo de Bellver y allí permaneció hasta la caída de Carlos IV en 1808.

Su prestigio subió muchísimo y no aceptó ser ministro del rey José y renunció a su amistad con el ministro Cabarrús y con los demás afran­cesados. Formó parte de la resistencia con­tra Napoleón representando a Asturias en la Junta Central. Cuando los invasores napoleónicos conquistaron Gijón, se refugió en Vega de Navia donde murió cuando tra­taba de ir a Cádiz, residencia del Gobierno. Gran político y gran jurista. Sobre todo un gran español que amaba a su patria pero que tampoco rechazaba las leyes e ideas francesas cuando eran más progresivas. Destaca, como escritor insigne, en la prosa, y sus informes fueron modelo de buen sen­tido y de saber. Así pueden citarse el que escribió sobre «el libre ejercicio de las artes» como memoria presentada a la Sociedad Económica de Madrid; y «acerca del Tribu­nal de la Inquisición», con motivo de una competencia y que le acarreó disgustos. Pero destaca entre ellos por su competente realismo el Informe en el expediente de la Ley Agraria (1795, v.), en el que expone la vida agrícola del país y las causas que se oponen a su verdadero desarrollo, algu­nas políticas como las mismas leyes que protegen la persistencia de los baldíos o dificultan las plantaciones, las vinculacio­nes de la propiedad de la tierra y el sistema de contribuciones y rentas; otras morales como la falta de conocimientos de los agri­cultores y no considerar a la agricultura como la base de la riqueza nacional; y otras derivadas de la naturaleza del terreno y de su utilización, como la falta de riegos y de comunicaciones, a los que trata de po­ner remedios, basados en la armonía con el comercio y la industria.

Su prosa en la Memoria en defensa de la Junta Central (1811, v.) tiene un brillante carácter de discurso lírico y es un alegato contra las calumnias que se habían lanzado contra la patriótica junta. Utilitarismo y sentido prác­tico se combinan bien con el más castizo retoricismo y la eficaz competencia. Cultiva el tema artístico y, aunque a veces cae en los prejuicios neoclásicos de su época en esta materia, sus juicios críticos son muy certeros, como en el caso de la revalorización del arte arquitectónico católico medieval o de la importancia de la pintura de Veláz­quez en su Elogio de las Bellas Artes (1782, v.). Hombre de su tiempo hace también el Elogio de don Ventura Rodríguez, el famoso arquitecto de Carlos III, y no comprende el arte barroco. Sus monografías sobre arte siguen teniendo gran valor, como la Memo­ria del castillo de Bellver (1813) la Descrip­ción de la Lonja de Palma (1812), etc. y no han de olvidarse sus escritos sobre geogra­fía histórica, espectáculos y diversiones pú­blicas, y temas literarios, científicos y legis­lativos.

En la prosa didáctica y en el de­seo de modernización y mejoramiento de España, J. es la más brillante figura españo­la de su tiempo. Como poeta, J. (v. Poesías) pertenece a la escuela salmantina del si­glo XVIII y, al igual que los demás poetas de aquella especie de Arcadia, adoptó un nombre pastoril, el de Jovino. El fondo de su poesía lo constituyen la rebeldía y la ele­vación moral y, en cuanto a su forma, den­tro del retoricismo, es de gran sobriedad. Cae en cierto prosaísmo en su manía dis­cursiva. Como ejemplos de poesía de la época son muy notables sus epístolas, como la de Fabio a Anfriso (el duque de Vera­gua) con la descripción de El Paular, ex­tenso poema inspirado en una cita de Ovi­dio. Dice buscar la paz y el reposo en el oculto aislamiento, pero la inquietud fu­nesta le conturba los sentidos y la razón y, en vano, pide consuelo a la «muda soledad». El Lozoya, los montes, el bosque conocen los «inciertos pasos» del poeta.

La influen­cia salmantina de las odas de fray Luis resuenan en los versos de arte mayor: «Con blando impulso, el céfiro suave / las copas de los árboles moviendo, / recrea el alma con el manso ruido…» Frente al hombre corriendo tras vanas sombras, el retirado en la Naturaleza «sin que nunca turben el susto ni el dolor su pecho», recibiendo el regalo del canto dé las aves, libre de los cuidados de los palacios y de «los dorados techos». Pero de la noche, sale una «voz tremenda» que le dice que huya de aque­llos lugares para no profanarlos con sus ideas mundanales. Un pesimismo prerro­mántico oprime al poeta. Tras la vigilia de la noche, «la aborrecida luz» y nueva mate­ria para su dolor. En la Epístola a mis ami­gos de Salamanca como en la dedicada a sus amigos de Sevilla, señala algunos datos y consejos poéticos a los poetas que formaban las dos viejas escuelas líricas del Siglo de Oro ahora resucitadas hacia nuevas mane­ras de expresión y elocución, como la des­criptiva en la segunda de ellas, con tantos motivos y precedentes del próximo Roman­ticismo.

Se consideran sus sátiras como lo mejor de su poesía en un patriotismo revo­lucionario e indignado contra la corrupción y contra la decadencia de las más nobles virtudes. La fuerza poética redime del pro­saísmo discursivo las dos sátiras A Arnesto, una de ellas muy vigorosa y popular: «Dé­jame, Arnesto; déjame que llore / los fie­ros males de mi patria; deja/que su ruina y perdición lamente; y, si no quieres que en el centro oscuro / de esta prisón la pena me consuma, / déjame, al menos, que le­vante el grito / contra el desorden…» Dice perseguir con su sátira «al vicio, no al vi­cioso», a las que bajan al Prado «la turba de los tontos concitando» con su atrevido vestir, a las gentes de un siglo en que las Alcindas desayunan a su marido con rue­das de molino, la riqueza unida a la indi­gencia, el noble se arruina y hasta el ho­nor se trafica y hasta la belleza rindióse al oro y la «vejez hedionda» negocia con la juventud: «Daste al barato y tu rosada frente, / tus suaves besos y tus dulces bra­zos, / corona un tiempo del amor más puro / son ya una vil y torpe mercancía».

Dis­tinguióse su métrica por el empleo del en­decasílabo suelto y también por la estrofa sáfica en la que destaca su oda De Jovino a Pondo. Sus letrillas, romances e idilios no han sido muy elogiados. Más gracia pa­recen tener sus versos anacreónticos, como la cantinela a Meléndez Valdés. En la poe­sía dramática escribió la tragedia Munuza que después se tituló Pelayo (1815, v.) en la que, en romances endecasílabos, narra escénicamente los amores de la hermana del primer rey de la Reconquista con Munuza. En el teatro tuvo un interés mayor su obra en prosa El delincuente honrado (v.), dra­ma en cinco actos que fue un gran éxito en el teatro de Aranjuez, en 1774. De esta pieza se han representado versiones fran­cesas y alemanas. Es una comedia de las llamadas lacrimógenas. La tragedia estriba en la de un homicida que declara su culpa cuando sabe que va a ser condenado un inocente. Los tintes patéticos se aumentan porque el delincuente honrado se casó con la esposa de su víctima y aun se aumen­taba más la angustia del sensible público porque, durante la instrucción del proceso criminal, el juez que condenaba a muerte al reo, descubría a última hora que éste era hijo natural suyo.

La obra acaba tras una tétrica espera (la esposa desesperada, el juez que ha conducido a su hijo al patí­bulo, el doblar de las campanas, el verdugo dispuesto a su horrible tarea…) y la gene­rosa disposición del inocente libertado que consigue el indulto del rey que tampoco deja de verter lágrimas ante las angustias que sufren «los inocentes oprimidos» a quienes nunca abandona «la inefable Pro­videncia». Jovellanos pedía con esta pieza teatral «el dulce horror de las almas sensi­bles» ante los derechos de la Humanidad. Como fuentes de la comedia se señalan comedias de Calderón, Voltaire, Schiller, etcétera. Aunque como toda su obra es sumamente discursiva, podemos señalar con Valbuena Prat que significa «algo nuevo en la escena hispana». Indudablemente J. fue una gran personalidad como escritor, como político y como hombre.

A. del Saz