Garcilaso de la Vega, El Inca

Escritor peruano nació en Cusco en 1539 y murió en Córdoba, España, en 1616, hijo de padre español y de madre indígena. Su padre era el capitán español Garcilaso de la Vega, que fue regidor y corregidor de Cusco, y su madre, la princesa Chimpu Ocllo Palla (Isa­bel Ocllo), sobrina del emperador Huayna Cápac, a la que el capitán casó después con Juan del Pedroche, cuando el futuro Gar­cilaso apenas contaba catorce años de edad, para casarse él con Luisa Martel de los Ríos. Se llamaba entonces el pequeño Gómez Suárez de Figueroa y Vargas, nombre y apellidos que le había impuesto su padre por el de sus ascendientes españoles, y que conservó hasta su ida a España (Valbuena Briones, Literatura Hispanoamericana); pero cuando en España solicitó un beneficio que le fue denegado por la consideración de que su padre había sido traidor a la Corona al prestar su caballo «Salinillas» al rebelde Gonzalo Pizarro en momentos difíciles de la batalla de Huarina, rectificó la acusación y siguió usando el nombre de su padre, que había tomado.

El problema del honor y de la tradición obsesionó al ilustre mestizo, que amaba a su país y a España, y se sentía noble por «.ambas sangres»: hace el panegí­rico del Imperio Incaico y de la Conquista, y afirma que los españoles fueron instru­mentos de Dios para la evangelización de América. Este punto de vista, tan lógico y humano en un mestizo y creyente, y tan objetivo en fin de cuentas, hace afirmar a Valbuena Briones que «,el Inca no ve la historia desde el lado español» y que «sus apreciaciones están vistas muchas veces des­de su mentalidad de indio». No creemos, sin embargo, que haya ninguna intención des­deñosa en esta apreciación, pero es eviden­temente parcial, porque ni el punto de vista español, ni el punto de vista indígena per­miten lógicamente desfigurar los hechos, y no denota mentalidad de indio el hecho de rectificar afirmaciones y estimaciones de cro­nistas como López de Gomara, tan rectifi­cable y rectificado en sus noticias y apre­ciaciones.

El Inca Garcilaso se educó y vivió en su país de origen hasta los veintiún años de edad (1560), fecha en que embarcó rum­bo a España para acabar de formarse allí: a tal fin, su padre le había legado el dinero necesario. Los años de su mocedad los pasó en Perú en buena situación económica y social, pese a las alternativas familiares de­bidas a trastornos políticos y a la llegada al hogar de la madrastra (Luisa Martel), a la que el escritor nunca se refiere. En España luchó como capitán en las Alpujarras, a las órdenes de Don Juan de Austria, pero no pudo medrar, pese a la dedicato­ria a Felipe II de su excelente traducción del italiano de los Diálogos de a/mor de León Hebreo (v. Diálogos de amor). Residió en Mantilla, en Las Fosadas, en Lisboa y en Córdoba, donde murió. No encontró en la corte española el ambiente y la acogida que buscaba, por lo que su talento y sus condiciones de escritor lo impulsaron a de­dicar su vida a la apasionada defensa de su sangre, de su alma y de su raza, en lo que tenían de incaico, de español y de religioso.

Tres obras fundamentales se le deben, es­critas en excelente prosa castellana, pese a que su lengua vernácula era el quechua y él se vanagloriaba de ello: Florida del Inca (v.), Comentarios reales de los Incas (v.) y su segunda parte, titulada Historia General del Perú (v.). Garcilaso es un artista, y en su obra hay antecedentes de la novela his­tórica y de la biografía novelada; le im­porta mucho la veracidad histórica, pero no vacila en relatar lo que le cuenta algún compañero de Hernando de Soto acerca de la Florida, aun sin tener otras referencias; pero acerca de la cultura incaica y las costumbres de los incas, puede hablar con más precisión y verdad por testimonio di­recto. Sin embargo, pone pasión sincera en uno y otro caso, así como también cuando habla de los conquistadores. Aparte la ya citada traducción de León Hebreo, le debe­mos también una Genealogía de Garci-Pérez de Vargas: los problemas de sangre y de raza no dejaron de obsesionarle.

Aparte todo esto, vamos a concluir que Garcilaso de la Vega es uno de los más sinceros y objetivos cro­nistas de Indias; podrá discutírsele la se­riedad como investigador, pero no debemos achacar a pasión su defensa de lo incaico. Para la defensa de la indígena y de la verdad histórica no hacía falta tener sangre india en las venas: no la tenían Díaz del Castillo y Sahagún, y fueron cronistas ve­races contra los que no cabe el socorrido argumento. Garcilaso fue artista y sincero: no compartió los puntos de vista del padre Las Casas, defendió en el pueblo vencido lo que juzgó defendible, censuró en los es­pañoles lo que estimó censurable, y como sincero católico, pensó que sólo un pueblo realmente enviado por Dios podía someter, como lo hizo el español, a sus gloriosos ante­pasados incas.

J. Sapiña