François Villon

Nació en París probable­mente a principios de enero de 1430 y murió en fecha ignorada. De origen humilde, su familia procedía del Bourbonnais. El padre falleció cuando el futuro poeta era todavía niño; de su formación se ocuparon la madre y, después, Guillaume de Villon, canónigo de Saint-Benoit-le-Bétourné, de quien reci­bió el nombre, y al cual recordó con afec­tuoso cariño, por cuanto dijo de él que le «fue más que padre». Aún muy joven se matriculó en la Universidad de París; ba­chiller en 1449, obtuvo en 1452 el título de «licencié» y «maître ès arts».

Debió de fre­cuentar brevemente el palacio de justicia en calidad de «clerc»; sin embargo, le atrajo más la vida goliardesca y desordenada que la abogacía. Fue asiduo y turbulento cliente de los famosos «cabarets» de la «Chaise» y la «Pomme de Pin», y figuró entre los miem­bros activos de la compañía de los «coquillards», célebre asociación de malhechores. La primera juventud de Villon transcurrió entre mujeres de mala fama y picaros de toda suerte. El Roman de Pet-au-Diable, que parece haber escrito, pero del cual nada conocemos, debió de contener probablemente la descripción de este ambiente y el relato de ruidosas empresas goliardescas y de ha­zañas mucho menos inocentes en las que el autor participara. La desordenada existencia de este período culmina con el asesinato del sacerdote Sermoise, con quien Villon tuvo un pleito en junio de 1455. Para eludir la acción de la justicia huyó al territorio pro­vincial.

Regresó a París a fines del año si­guiente, una vez obtenidas las cartas de remisión; no obstante, arrastrado ya por el torbellino de una vida irregular y delic­tuosa, que procuró idealizar y hacer román­tica en sus versos, viose complicado en un importante robo llevado a cabo en el Col­lège de Navarre, y hubo de huir nuevamente de la capital. Dirigióse entonces a Angers, y entre 1456 y 1461 parece haber andado errante por las provincias situadas a orillas del Loire, aun cuando permaneciera fijo durante algún tiempo en Orleáns, y luego en Blois, donde tenía su corte Charles d’Orléans (v.). A esta época pertenecen algunas de sus principales composiciones; el Lais (legado), más conocido bajo el título de Pequeño testamento (v. El testamento), la Ballade à sa mye (1456), Le dit ou épître à Marie d’Orléans (1457) y la Double ballade dirigida a la misma dama (1460). En la corte de Charles d’Orléans debió de tomar par­te en algunos certámenes poéticos; asimismo en tal ciudad, y por hechos más bien graves, parece haber estado en la cárcel, de la cual le habría librado precisamente el nacimiento de Marie d’Orléans.

Todo ello, empero, corresponde al ámbito de las conjeturas, por cuanto nada conocemos con certeza respecto de estos años. Sí, en cambio, está compro­bada la estancia de Villon en la prisión de Meung-sur-Loire, en 1461, cautiverio más duro que los restantes, y del que le redimió, si puede creérsele, el «bon roy» Luis XI, de paso por Meung. Una vez en libertad, reanu­dó su existencia errante en el territorio pro­vincial; luego llegó de nuevo a París, en noviembre de 1462: la cárcel del Chátelet túvole entre sus huéspedes por varios deli­tos antiguos y recientes, el último de los cuales era la riña de la Rue Saint-Jacques, que le valió la condena a la horca. Tras la apelación, tal sentencia fue conmutada a principios de enero de 1463, y Villon desterrado de la capital por diez años; el poeta recibió la noticia de tal conmutación con justificado entusiasmo (v. Baladas). En este momento piérdense definitivamente las huellas de Villon.

Hipotética resulta la afirmación de Rabelais según la cual habría pasado los últimos años de su existencia en Saint-Maixent (Poitou), entregado a la composición de representa­ciones sacras, singularmente sobre la Pa­sión; sin embargo, los críticos modernos más rigurosos de nuestro autor parecen ad­mitirla, aunque con reservas. La obra prin­cipal de Villon es el Gran testamento (v. El testamento), iniciada probablemente después del cautiverio en Meung y terminada tras la sentencia de París; se trata asimismo del documento más importante para el conoci­miento del poeta. En dicho texto, afligido o jocoso, evoca crudamente los hechos y los personajes de su crapulosa vida, hace una especie de balance o examen de conciencia y traza un autorretrato que acreditaría en­tre la posteridad su leyenda de pobre escolar- poeta, más bien perseguido por el destino que naturalmente pícaro. Como se sabe, tal relato legendario sería muy apreciado por algunos poetas de las épocas romántica y posromántica, quienes reconocerían en Villon al padre de la familia de los «poètes mau­dits». El personaje que nos ocupa, empero, es una figura típicamente medieval; en él confluyen diversos elementos de la tradición poética francesa, desde el rudo realismo hasta el lirismo genuino y la estilización lírica cortés, derivada de un ambiente cultu­ral que daría origen a la poesía de Charles d’Orléans.

Villon es, indudablemente, un gran poeta; algunas de sus baladas, compuestas en diversas épocas e incluidas, posiblemente no por él, en el Gran Testamento, se hallan entre los documentos más elevados de la poesía medieval francesa (véanse en parti­cular Ballade pour prier Nostre Dame, Épitœphe Villon (v. Balada de los ahorcados), Ballade des dames du tems jadis). En tales composiciones aparecen los motivos del tiempo, que huye y todo lo consume (singu­larmente la belleza femenina; se trata de un tema ampliamente vuelto a tratar desde Ron­sard en adelante), y de la muerte, que ejerce su dominio sobre todas las cosas. Aquí nos hallamos ante el Villon más delicado y literato, que espiritualiza y a veces elabora concep­tos; su otro aspecto es el del poeta de taberna, truculento, fantástico y brutal, que adopta el lenguaje de su clase social y lo emplea con maestría y pintoresca riqueza. En tal ambigüedad reside su verdadera esencia de hombre perteneciente a una épo­ca turbulenta, dominada por el amor y el horror al pecado.

G. Natoli