Nació en Szödemeter (Transilvania) el 8 de agosto de 1790 y murió en Cseke el 24 del mismo mes de 1838. Perteneció a una antiquísima familia noble. Huérfano de padre, pasó trece años de la infancia y la adolescencia en el colegio calvinista de Debreczen. De temperamento melancólico y tímido, entregóse con un celo precoz al estudio de los clásicos, y todavía muy joven experimentó la influencia del estoicismo, luego dominada por la de los racionalistas franceses; no obstante, su innato pesimismo y la prematura experiencia de la vanidad de todo lo humano le vincularon más íntimamente al sentimentalismo alemán.
Dejada la escuela, en 1810 marchó a la capital para dedicarse al estudio de la Jurisprudencia; sin embargo, transcurridos sólo un par de años, sus precarias condiciones económicas le forzaron a retirarse a su propiedad para encargarse de su administración. Sufrió mucho a causa de la soledad y trató de hallar un consuelo a ello en la actividad literaria. Profundizó su cultura estética, fundada en Aristóteles y Horacio, mediante la lectura de Lessing, Herder, Goethe, Schiller, Tieck y Schlegel, compuso algunos interesantes ensayos críticos sobre poetas contemporáneos húngaros, y en colaboración con Ferenc Kazinczy (v.), participó activamente en la reforma del lenguaje. Como autor poético resultó poco fecundo; ejerció sobre sí mismo una vigilancia extremada, y sólo en las composiciones líricas, fruto de las desgarradoras dudas y ambiciones de su sensible espíritu, alcanzó claridad cristalina y vigor de forma.
Su Himno (1823, v.), que se convirtió en plegaria nacional de los húngaros, es también obra de su exasperado pesimismo; torturado por las visiones del inexorable fin de su estirpe, el poeta invoca la misericordia divina en favor de un pueblo que mediante sus grandes sufrimientos seculares «ha expiado ya el pasado y el porvenir». A pesar de su vasta fama de escritor, hasta los treinta y nueve años no logró afianzarse en la vida política. En la Dieta de 1832-34 defendió, con un profundo conocimiento de la materia, algunas reformas sociales de carácter radical, la emancipación de los campesinos y la democratización de la nobleza. Notablemente sugestiva, su oratoria fue admirada incluso por los adversarios de su ferviente liberalismo; obras maestras de una prosa altamente solemne y, al mismo tiempo, consistente e , incisiva son sus discursos conmemorativos pronunciados en la Academia de Ciencias (en la cual ingresó en 1830). Categoría parecida alcanza su última producción, Parénesis (v.), compuesta poco antes de su inesperada y prematura muerte.
E. Várady