Nació en Érsemeyén (provincia de Bihar) el 27 de octubre de 1759 y murió en Széphalom el 23 de agosto de 1831. Pasó diez años en el colegio calvinista de Sárospatak, estudió Derecho en Kassa, Eperjes y Pest, y en 1786, tras algún tiempo de funcionario municipal, fue nombrado superintendente de las escuelas elementales de Kassa. Formado en el ambiente de la Ilustración, adhirióse todavía muy joven a la masonería, y en una novela aparecida en 1789, en la que criticaba con escepticismo toda religión positiva, se manifestó buen discípulo de Voltaire y Rousseau. Sin embargo, más bien que las ideas filosóficas y los principios democráticos del racionalismo le atrajeron sus tendencias culturales; y así, quiso contribuir al despertar de la vida literaria húngara. En 1788 diose a conocer con sus traducciones de Gessner y fundó la revista de literatura Magyar Museum; en 1790 publicó la primera versión en húngaro del Hamlet de Shakespeare, y con su Orpheus llevó a cabo otro intento en el ámbito periodístico.
Exonerado de su cargo, a partir del año siguiente se dedicó por completo a la literatura; no obstante, complicado en una conspiración revolucionaria, en diciembre de 1794 fue detenido y hubo de purgar el delito de «alta traición» con casi siete años de cárcel en Brünn, Kufstein y Munkács. Reanudó su labor en la segunda mitad de 1801, y soportó con serenidad la antipatía de los familiares y la desconfianza de que le hicieron objeto las personas de su categoría social, la nobleza campesina conservadora e indiferente a sus ideales. El absolutismo austríaco estorbaba la vida intelectual, política y económica del país; pero no pudo privarle de su lengua, que permaneció como única prenda del futuro nacional. Y así, Kazinczy fijóse cual obje-tivo supremo de sus esfuerzos el perfeccionamiento de la lengua literaria: promovió una reforma destinada a dar al idioma mayor ductilidad y a enriquecer el léxico, invitó a los escritores a ensayarse en traducciones, que fuerzan a templar y cincelar el lenguaje más que las obras originales, y alentó la renovación del vocabulario húngaro con la creación de neologismos.
Ello dio lugar a una encendida polémica entre ortólogos y neólogos, cuya violencia es un índice elocuente de la importancia adquirida por el problema del idioma en la vida húngara de principios del pasado siglo. La actividad desarrollada por Kazinczy, en cuanto reformador de la lengua, hace palidecer su obra poética, de tono sentimental y tendente sobre todo a una delicada belleza de forma. Él mismo narró su vida y sus lides literarias en Memorias de mi carrera (v.). Sin embargo, el mayor testimonio de su talento multiforme reside en el epistolario (v. Cartas de Transilvania), publicado en veinticuatro grandes tomos; esta correspondencia, mantenida con casi todos los escritores del país, convirtióle en organizador, centro y, al menos durante veinte años, verdadero dictador de la vida literaria. Sacrificó gran parte de su modesta fortuna a la «santa causa» de las Letras, y al morir dejó a su esposa y los siete hijos en la miseria.
E. Várady