Esdras

Sacerdote y escriba judío que, tras haber vivido en Mesopotamia con sus compatriotas cautivos, colaboró en 445 a. de C., todavía joven, con el repatriado gober­nador Nehemías.

En el curso de su exis­tencia revelóse, además de jurista, sabio y tranquilo teólogo, dominado por un ideal único: el ardiente amor a la Tóráh o Pen­tateuco (v.), la Ley, que comentó en públicas lecturas ante el pueblo. Dirigió también los coros por él restablecidos para que pudieran unirse a la liturgia, la cual había renovado de acuerdo con las prescripciones mosaicas.

A él se debe también la inicia­ción del movimiento que, mediante la salva­guarda de la Ley sagrada, garantizó a los hebreos su persistencia espiritual en medio de cualquier prueba. Fue Esdras quien, junto con Nehemías, obligó a los jefes, ancianos, sacerdotes y al pueblo a jurar fidelidad a las prescripciones sacras, con lo cual esta­bleció el predominio del libro sagrado en la dirección de la comunidad judaica. Vuelto a Babilonia, cumplidos ya los setenta años se puso al frente de 1.800 judíos repa­triados que llegaron a Jerusalén en 398 a. de C.

En tal circunstancia, y extremando los deseos del mismo Nehemías, quien se había contentado con prohibir en el futuro la unión de los hebreos con mujeres extran­jeras, Esdras llegó incluso a establecer la res­cisión de los matrimonios mixtos ya exis­tentes y creó una comisión destinada a exa­minar los casos cocomisióny a alejar a las esposas forasteras con sus correspondientes hijos.

La leyenda reconstituyó los prece­dentes datos históricos y dio un carácter mítico a la persona de Esdras, que pasó a ser el creador de la Gran Sinagoga, o sea del Sanedrín hebreo. Se cree que dictó milagro­samente noventa y cuatro libros santos (v. Libro de Esdras, Nehemías, Parálipómenos), de los que veinticuatro, públicos, integran la Biblia judía destinada a ser leída tanto «por los dignos como por los indignos», mientras que los otros setenta, secretos, ha­brían de quedar como patrimonio exclusivo de los sabios.