Nació el 4 de octubre de 1895 en el pueblecito de Konstantinovo (gobierno de Riazansk) y se suicidó el 28 de diciembre de 1925 en Leningrado.
En la historia de la poesía rusa aparece como el más típico representante del campo durante los años de la revolución de 1917. Atestiguan su originaria tendencia mística los recuerdos de contemporáneos suyos acerca de su deseo, ya adolescente, de ingresar en un monasterio. Realizados los primeros estudios en una institución dirigida por eclesiásticos, en 1912 se trasladó a Moscú para asistir a los cursos de la Universidad Shanyavsky.
Empezó a escribir poesías hacia los dieciséis o diecisiete años, poco antes de dirigirse a dicha ciudad, en la que permaneció breve tiempo. Dos años después marchó a San Petersburgo, donde entabló amistad con Block, Gorodecki y Kliuev, el más próximo a él en cuanto a sentimiento poético. Su primer tomo de versos fue publicado en otoño de 1915, cuando ya algunas de sus poesías habían aparecido en revistas.
El año siguiente, nuestro autor fue llamado a las armas, pero no participó en acciones bélicas, y en Tsarskoe Selo leyó sus versos a la familia imperial. En los primeros tiempos de la revolución estuvo de parte de los socialistas revolucionarios; no obstante, la poesía lo alejó de la política. En 1919, con Maringof, Sherchenovich e Ivnev, publicó el manifiesto de los «imaginistas». Entre este año y 1921 viajó por Rusia, y en 1922 por Europa y Norteamérica.
Vuelto a Moscú, vivió allí una existencia bohemia y sintióse cada vez más preocupado por la forma de las poesías que entonces ]e habían hecho ya célebre incluso fuera de Rusia, en particular Moscú tabernario (v.), El país de los canallas (v.), Pugachev (v.) y, entre las vinculadas al movimiento del «escitismo», de Ivanov-Razumnik, Inonia (v.).
A pesar de sus varias tentativas para llevar una vida regular (casóse tres veces: con Zinaida Raich, Isidora Duncan y S. A. Tolstaia), no logró abandonar su amor a la existencia errante, alentado también por el insaciable afán de serenidad agreste del que sus composiciones líricas más íntimas nos ofrecen un testimonio, aunque en medio de las extravagancias a veces blasfemas de su rebelión.
E. Lo Gatto