Elio Donato

Se desconocen el año y lugar de nacimiento de este autor, que flo­reció a mediados del siglo IV y que, en tiempos de decadencia cultural, mantuvo encendida en Roma la antorcha del saber y de la erudición literaria.

Fue un gramático muy famoso, el «grammaticus urbis Romae» por antonomasia, y, junto con el retórico Victorino, a través de severos estudios for­mó una generación de doctos discípulos; entre ellos figura el mismo San Jerónimo, quien cita repetidamente a Donato on el título reverente de «praeceptor meus», habla de su no común doctrina y le sitúa en su apogeo en 353. Se trata más bien de un maestro que escribió para su escuela.

De él conservamos un Ars grammatica, en dos versiones debi­das al mismo autor: una «minor», de carác­ter catequístico, para los iniciados o «infan­tes» y referente a las ocho partes del dis­curso; y otra «maior» o «secunda», para el provecho de todos, «pro ómnibus», y divi­dida en tres secciones: fonología, morfología y estilística.

Tal libro constituye el curso antiguo de gramática latina más completo y, aun cuando recoge y elabora materia tra­dicional y presenta muchos puntos comunes con Diomedes y Carisio, destaca por su mé­todo y sus fines didácticos, que le valieron una amplia difusión y el honor de algunos comentarios entre sus coetáneos e incluso posteriormente, hasta la Edad Media y des­pués de ésta.

Sin embargo, el nombre de Donato queda vinculado para siempre a sus Comen­tarios a Terencio y Virgilio, el primero de ellos llegado hasta nosotros incompleto y a través de refundiciones, y el otro (v. Co­mentario a Virgilio) sólo en la biografía del poeta, inspirada en Suetonio, en la carta dedicatoria dirigida a L. Munacio y en la introducción a las Bucólicas; el núcleo prin­cipal del comentario parece poderse recons­truir a través de Servio Danielino, en el que figura esencialmente refundido.

En esta obra aparece Donato más que en ninguna otra tal como es: un investigador del pasado, cuya memoria quiere mantener viva y sagrada, y un intérprete fiel, si no original y pro­fundo, de los documentos antiguos, o sea «la sincera voz de la primera latinidad», como él mismo se define en la citada carta dedi­catoria. De él y por su mediación extendióse hacia épocas posteriores la mejor esencia de la exégesis más eficaz de los escritores an­tiguos.

B. Riposati