Don Duarte

Nació en Viseu en 1391 y murió de peste en Tomar el 13 de septiembre de 1438. Hijo de Juan I y Felipa de Lancáster, crece en el austero ambiente de la corte y asciende al trono en 1433, a la muer­te de su padre.

Se trata, indudablemente, de una de las figuras más interesantes de la historia y la literatura portuguesas, y acerca de él escribieron mucho los cronis­tas e historiadores. Oliveira Martins le des­cribe como abúlico, debido a la neuraste­nia sufrida entre los veintitrés y veintio­cho años y atribuida luego por el mismo rey al excesivo trabajo con motivo de la expedición a Ceuta (1415) y a la peste que por aquel entonces asoló Lisboa.

En cambio, la lectura de sus obras le presenta como un hombre lleno de sentido común, «enemigo de la fantasía infructuosa» y, en particular, como un «maestro de energía». En el curso de su alterada existencia (durante su rei­nado llevóse a cabo en 1437 la trágica expe­dición a Tánger, en la que fue hecho pri­sionero el infante don Fernando y a con­secuencia de la cual los portugueses se com­prometieron a entregar Ceuta a los moros), Duarte supo hallar, no obstante, mucho tiempo que dedicar a las letras.

Ordenó la traduc­ción de varias obras, y protegió a artistas y literatos, entre ellos al cronista Fernão Lopes, a quien encargó «poner en crónica las historias de los reyes»». Todavía infante inició la composición de su Libro de la enseñanza de cabalgar bien en toda silla, que hace del arte de cabalgar el punto de partida para una educación integral de cual­quier hombre.

Una vez en el trono, dedi­cóse a escribir El leal consejero (v.), des­tinado a la formación moral de los jóvenes caballeros de su reino. En tal obra, de ca­rácter enciclopédico, analiza finamente la vida psicológica inspirándose a menudo en la experiencia personal; es notable el capí­tulo en que habla de la «saudade», com­plejo de sentimientos (nostalgia, añoranza, melancolía) que juzga imposible indicar con un vocablo de otra lengua.

Aun cuando su estilo resulte duro y carente de cualidades estéticas, don Duarte ocupa un lugar eminente en la historia de la prosa portuguesa, en particular por el esfuerzo que realizó, aun­que con resultados no siempre satisfacto­rios, para expresar realidades abstractas y sutiles diferencias mediante la adopción de palabras de nuevos significados y el frecuen­te empleo de latinismos. Las dos obras de este autor permanecieron inéditas e igno­radas en un códice de la Biblioteca Nacio­nal de París hasta 1842, año en que J. Inácio Roquete publicó una edición de ellas.

J. Prado Coelho