Cola di Rienzo

(Nicola di Lorenzo Gabrini) Nació en 1313 en Roma, donde murió el 8 de octubre de 1354. De origen humilde, su matrimonio con la hija de un notario le inclinó a esta misma profesión.

Entusias­mado por los recuerdos de la grandeza de Roma, recogió y descifró antiguas inscrip­ciones y descubrió en la Lex Regia, por él hallada, el fundamento del derecho del pueblo romano a la concesión de la sobe­ranía. Adquirió gran popularidad defendien­do a viudas, huérfanos y pobres, a lo cual le inducía su religiosidad, fruto de las co­rrientes místicas de la época.

Una junta de gobierno constituida en la ciudad tras una insurrección contra los nobles, envióle como embajador ante el papa Clemente VI en Aviñón, donde permaneció por espacio de un año (1343-44) y expuso a Petrarca y al mismo Pontífice sus sueños sobre el resta­blecimiento del poderío de Roma.

El Papa le nombró Notario de la Cámara Urbana, y C., vuelto a la Ciudad Eterna, empezó a difundir en ella sus ideas y fundó en 1347 un gobierno democrático que expulsó a los nobles y confirió la igualdad de derechos a los ciudadanos.

Luego dedicóse a reorganizar los servicios públicos, hizo frente a las reac­ciones de la nobleza, invitó a los empera­dores Luis el Bávaro y Carlos IV, entonces en litigio por la corona imperial, a presen­tar sus títulos, propugnó una alianza entre todos los poderes de Italia para la paz inte­rior y la independencia contra las interven­ciones extranjeras y convocó una asamblea para la elección de un emperador italiano.

No obstante, Clemente VI empezó a descon­fiar del audaz notario, quien, aun cuando había prometido respetar la jurisdicción papal, se hizo coronar tribuno en el Capi­tolio romano, con la esperanza de alcanzar la dignidad imperial; y así, el legado ponti­ficio obtuvo una bula condenatoria y se unió a los nobles.

Cola, desengañado, retiróse a los Abruzos, donde la influencia de los francis­canos le indujo a asumir, con la protección del emperador reinante, Carlos IV, la mi­sión de renovador de la Iglesia y del mundo. Sin embargo, encarcelado y entregado al Pontífice, inició éste su proceso por he­rejía.

Fallecido Clemente VI, su sucesor, Inocencio VI, valióse del ex tribuno, cuya popularidad volvía a aumentar en Roma, para favorecer la misión del cardenal Al­bornoz, encargado de restaurar el orden y la autoridad papal en el Estado pontificio; y así, con el título de senador, C. asumió de nuevo el gobierno de la ciudad en 1354.

No obstante, ciertas medidas por él adopta­das le enajenaron el favor del pueblo, que asaltó su residencia del Capitolio y le dio muerte cuando trataba de huir disfrazado. Heredero de aspiraciones medievales y, al mismo tiempo, lleno de intuiciones del fu­turo, e incapaz de conciliar su apasionada fantasía con la sagacidad política, pretendió realizar un sueño que permanecería memorable en su afán de un resurgimiento italiano en nombre de Roma.

Su Epistolario (v.) fue publicado en Berlín (cuatro vols., 1912-30); se le atribuye la colección de epígrafes titulada Descriptio Urbis eiusque excellentiae. Compuso además un poema reli­gioso, actualmente perdido. Su excepcional aventura inspiró diversas obras literarias (v. Vida de Cola di Rienzo).

P. Onnis