Samuel Taylor Coleridge

Nació en Ottery St. Mary (Devonshire) el 21 de octubre de 1772 y murió en Highgate (Londres) el 25 de julio de 1834. Su padre, pastor unitario de ingenua y encantadora bondad, quiso incli­narle a la vida eclesiástica.

Sus condiscí­pulos del Christ’s Hospital (entre los cua­les figuraba Lamb) pudieron ver en él un muchacho tímido, precoz, endeble, inquie­to, lleno de afanes y de repentinos y delei­tosos éxtasis, y muy aficionado a discusio­nes metafísicas y amplios planes de trabajo.

En el Jesús College de Cambridge, donde ingresó en 1791, se muestra enfervorizado por las ideas revolucionarias, pero no tar­daría en manifestarse el fondo vacilante y pasivo de su voluntad: movido por las deu­das o apenado por alguna desilusión amo­rosa, huyó a Londres para alistarse en el ejército; no obstante, sólo sería otro de sus efímeros entusiasmos, síntomas de su incapacidad para definir los límites del pro­pio destino.

En Southey, a quien conoció en 1794, busca muy pronto un apoyo a su personalidad, que tendía a desviarse y di­solverse; entregado de pronto a la realiza­ción de su proyecto utópico de una sociedad ideal (la Pantisocracia) y al fallarle éste, buscó refugio en el matrimonio que Southey le aconsejaba con una cuñada suya, Sara Fricker, y fundó una familia, que luego el amigo hubo de ingeniárselas para mante­nerla.

Tras unos desafortunados inicios como conferenciante y periodista político, C., que había empezado ya a buscar en el opio el alivio a sus desilusiones, se estableció en 1797 en el campo, en el Somersetshire, no lejos de la casa de William y Dorothy Wordsworth.

De su última amistad mutua (C. ejercía sobre ambos una viva fascina­ción y profesaba a Wordsworth un rendido afecto) nació la idea de las Baladas líricas (v.), obra que fijaba la poética y la ética del primer romanticismo inglés y era su manifestación lírica inicial más elevada.

La inspiración poética de C. se abre y cierra rápidamente durante un breve período, en que aparece en sus grandes poesías, mara­villosas composiciones como la Balada del viejo marinero (v.), Christabel (v.) y Ru­bia Kan (v.) y símbolos de su tragedia interior.

Dos años después, al regreso de un viaje por alemania que le proporcionó muchas de las bases de su ideología crítica y filosófica, el autor entró en la fase más triste de su vida: actividades periodísticas, proyectos utópicos, decaimiento físico, apre­mios económicos y abuso del opio.

Un viaje a los países mediterráneos (1804-05) acabó en una fuga obsesiva (se creía perseguido por Napoleón); siguieron años tétricos en Bristol y Londres: separado de su familia, vivía del auxilio que le prestaban los ami­gos y el Estado. Su Carácter dócil, su acu­sada conciencia ética y su amor al trabajo lograron salvarle de la abyección.

En 1816, sometido a un tratamiento médico en casa del doctor Gillman, en Highgate, abandonó el uso del opio y reanudó su actividad poé­tica (aun cuando fatigosa y esporádicamen­te) y, sobre todo, su labor de pensador y crítico. Más tarde, su fascinadora conver­sación atrajo a su alrededor una serie de amigos y discípulos.

Carente de una ver­dadera personalidad de filósofo, y aun cuan­do combinara en su pensamiento, algo in­forme, el platonismo de la escuela de Cam­bridge con el idealismo alemán, fijó, sin embargo, en contraste con la tradición em­pírica y racionalista, la zona donde habría de moverse la corriente idealista del ro­manticismo inglés (v. Ayudas a la refle­xión).

Mayor resulta su talla de crítico literario; su conciencia de la autonomía del arte representa una de las conquistas más importantes de la cultura inglesa (v. Bio­grafía literaria y Anima poetae). La nos­talgia de la antigua inspiración perdida amargó en C. la relativa tranquilidad de sus últimos años.

N. D’Agostino