Nació el 21 de diciembre de 1804 en Londres, donde murió el 19 de abril de 1881. Descendía de una familia hebrea que, tras haber residido en España y Venecia, se estableció en Inglaterra hacía dos generaciones.
Hijo de Isaac Disraeli, a quien su considerable riqueza y actividad de ágil polígrafo habían facilitado el acceso a ciertos círculos aristocráticos, ya desde muy joven manifiesta amplias ambiciones políticas y literarias. Inclinado a la profesión forense, la posterga a la composición de su primera novela, Vivían Grey (1826), acogida favorablemente por el donaire con que en ella aparecían retratados algunos personajes de la época.
Siguieron después The Young Duke (1831) y Contarini Fleming (1832), influidas por el gusto romántico alemán y la obra de Goethe, que en aquellos años, y gracias a Carlyle, empezaba a ser conocido en Inglaterra, y The Wondrous Tale of Alroy (1833), Henrietta Temple (1837) y Venetia (1837), en las que, en cambio, resulta manifiesto el influjo de Byron.
En 1837, Disraeli consigue, tras laboriosos tanteos, ingresar en la Cámara de los Comunes, pero hasta 1847 no logra un puesto permanente. Jefe de la oposición contra Peel durante veinticinco años, fue nombrado más tarde canciller del Exchequer, y luego Primer Ministro, cargo que desempeña entre 1874 y 1880; en 1876 pasa a formar parte de la Cámara de los Lores con el título, conferido por la reina, de conde de Beaconsfield.
Su actividad política no le impidió seguir dedicándose a la literatura. Entre sus obras más importantes cabe citar Coningsby (v.), Sibila (v.) y Tancred (1847), en las que quiso esbozar su credo político, el mismo del partido de la «joven Inglaterra» al que dio vida. Su último y más ambicioso libro fue Lotario (v.), acerca del conflicto entre los ideales helénicos y los semíticos.
Tales novelas, juzgadas verbosas y carentes de sutileza psicológica, interesan principalmente por sus animados cuadros de la vida inglesa coetánea, su crítica de hombres y partidos y la variedad de sus matices, que van de la elegía a la sátira, y desde la elocuencia hasta la trivialidad de las tertulias.
La actividad literaria complementa hasta cierto punto el gran talento político de Disraeli y la férrea voluntad de que dio pruebas ya a partir de su primera juventud y por la cual, a pesar de su origen, logró en aquel país, donde el privilegio de casta resultaba tan fuerte y universalmente admitido, imponerse a los descendientes de las antiguas familias e incluso a la misma reina Victoria, con la que le unió una profunda amistad.
M. L. Astaldi