Polígrafo español. Nació en Casdemiro (Orense) el 8 de octubre de 1676, murió en Oviedo el 26 de septiembre de 1764.
Estudió las primeras letras en el Real Colegio de San Esteban, de Rivas de Sil, y a los catorce años entró en la orden de San Benito, en el monasterio de San Julián de Samos, después de renunciar al mayorazgo que le correspondía como primogénito de su familia.
Cursó los estudios religiosos en los colegios de Lerez, cerca de Pontevedra, y de Salamanca; desempeñó luego los cargos de pasante y lector en el monasterio de Samos; en 1709 pasó al de San Vicente, de Oviedo, también para ejercer las funciones de lector, y allí recibió los grados de licenciado y doctor en Teología, y ascendió gradualmente hasta llegar a ser catedrático de Prima a fines de 1736. En mayo de 1739 fue jubilado. En Oviedo compuso su obra, recogida bajo los títulos de Teatro crítico universal (v.) y Cartas eruditas y curiosas (v.). Su vida en la celda del monasterio fue la más adecuada a su fuerte personalidad de intelectual independiente.
La corte de Madrid reconoció sus altos méritos de escritor, por lo que Felipe V le ofreció un obispado en Ultramar y más tarde (1748) Fernando IV le nombró consejero; no obstante, Feijoo jamás quiso renunciar a la libertad de su retiro, ni aceptó transacciones ni presiones en sus juicios críticos, que fueron siempre rectos en su intención y estrictamente conformes con la realidad de los hechos.
Durante sus años de trabajo literario y crítico, la fama de nuestro autor fue creciendo y llegó un momento en que su personalidad era conocida en todo el mundo culto; sostenía correspondencia con distintos pensadores de España y Europa; muchas personas acudían a su celda en busca de consejo o a oírle leer sus obras. Escribía con facilidad y no corregía sus escritos. Su curiosidad era universal y sus comentarios se extienden a las más diversas materias. Puede ser considerado como el primer verdadero ensayista de la literatura española. Espíritu abierto y liberal, de notable agudeza que a veces tenía un matiz socarrón, muy gallego, combatió abusos, errores y supersticiones.
En su pensamiento se revelan influjos de Bacon de Verulamio y de Luis Vives; era el tiempo en que Mayans revalorizaba al pensador valenciano como humanista del Renacimiento. Buen monje, jamás rebasa los límites del dogma, pero dentro de ellos su actitud es nueva y atrevida. Su inteligencia fue extraordinariamente penetrante y en sus escritos se encuentran muchas intuiciones geniales, aún poco estudiadas, que la ciencia moderna ha confirmado. Tuvo, en cambio, incomprensiones de bulto, como las sufridas al enjuiciar la obra de Ramón Llull y la de Descartes.
En estética — según Menéndez Pelayo — anuncia el Romanticismo. Como observa Marañón, Feijoo fue un espíritu europeo que se sentía incorporado a las ansias renovadoras del siglo, sin que se rompiese una sola de las raíces de su tradición nacional. Sus obras originaron largas y enconadas polémicas; nuestro benedictino despertó a la vez fuertes envidias y ardientes entusiasmos.
Entre los detractores de Feijoo citaremos a Salvador José Mañer, a fray Francisco de Soto; a algunos médicos, como Suárez de Ribera, Narciso Bonamich, Araujo, Ballester, al fantástico Torres de Villarroel, etc.; en cambio, le defendieron, entre otros, Isla, Martín Martínez y fray Martín Sarmiento.
Los ataques alcanzaron tal volumen, que la corte, que siempre protegió a nuestro autor, prohibió por real orden toda publicación que combatiera las ideas expuestas por Feijoo en sus libros. El inquieto y laborioso benedictino ganó con sus obras cuantiosas sumas, que destinaba en gran parte a obras de caridad. Es fama que con el producto de la venta de sus escritos, una vez muerto el autor, se costeó el magnífico templo del monasterio de Samos.