Antonio Vieira

Nació en Lisboa el 6 de febrero de 1608 y murió en Bahía (Brasil) el 18 de julio de 1697. Su familia, de condición humilde, emigró al territorio brasileño en 1614. Confiado a los jesuítas de Bahía, Vieira ingresó en el noviciado a los quince años, y fue ordenado sacerdote en 1635. Tras una intensa labor de apostolado, restablecida la independencia de Portugal, marchó en 1641, junto al almirante Mascarenhas, a atesti­guar su fidelidad al nuevo rey João IV. Permaneció en Lisboa como predicador de la corte, y al cabo de poco tiempo llegó a ser el más influyente colaborador del sobe­rano, quien atendió sus sugerencias respecto de la fundación de dos compañías comercia­les destinadas a la intensificación de los intercambios con la India y el Brasil, y con­fióle importantes misiones diplomáticas en Holanda, Francia, Inglaterra y Roma.

Can­sado de la lucha entablada contra él por la Inquisición, volvió en 1652 al Brasil; no obstante, en 1654 se hallaba de nuevo en Lisboa para pedir al monarca la libertad de los esclavos. Durante el reinado de Alfon­so VI fue confinado en Oporto y Coimbra, y procesado por la Inquisición, acusado de hebraísmo y profetismo; por tal motivo pasó dos años (1665-67) en las cárceles del Santo Oficio. Defendió, en efecto, valerosamente a los judíos, cuyo dinero, según él, podía representar un valioso auxilio en la lucha en favor de la independencia nacional; en cuanto a su herejía, reducíase a la creencia mística en la resurrección de don João IV y el advenimiento del quinto imperio por­tugués. Depuesto Alfonso VI, recobró, hasta cierto punto, las simpatías de la corte. En el curso del período 1669-1675 fascinó a Roma con su prodigiosa elocuencia.

Dedicó los últimos años de su vida a la edición com­pleta de sus Sermones (1686-97, v.), en los cuales se revela ya político intrigante y pre­dicador tendente sobre todo a la diversión mental y a la satisfacción de la propia vanidad (carece de la gravedad cristiana de un Bossuet), o bien misionero heroico y ferviente, como en las predicaciones en de­fensa de los indios, tratados cruelmente por los colonizadores. Este segundo aspecto de su personalidad puede percibirse en parti­cular en las Cartas (1735). Al gusto de la acción mediante la palabra (crítica de cos­tumbres, previsiones y consejos políticos) une la predilección por el arte desinteresado (imaginación prodigiosa, extremada habili­dad polémica, rara intuición musical, aten­ción constante a la simetría). Por estas cua­lidades, y aun cuando espejo fiel de la mentalidad barroca, Vieira es considerado el principal exponente de la prosa clásica por­tuguesa.

J. Prado Coelho