Nació el 1.° de mayo de 1804 en Moscú, y luego vivió en esta ciudad y en Bogucharovo, donde murió el 23 de septiembre de 1860. Llevado de niño a San Petersburgo a causa de la invasión napoleónica, empezó a estudiar griego y latín.
Vuelto a Moscú, dedicóse al estudio de la Filosofía, entonces dominada por las tendencias románticas alemanas, y, como todos los «eslavófilos», se vio muy influido por Schelling. Estuvo en dos ocasiones en el ejército, aunque por poco tiempo. En su primer viaje a Europa residió varios meses en París en 1825-26, y pasó por Italia y Suiza. De vuelta a su tierra, leyó e hizo representar dos tragedias escritas en aquellos años: Hermak y Dmitri Samozvanetz.
En 1836 se casó, empezando a frecuentar las tertulias y los círculos de la «inteligentzia» rusa, donde brilló por su palabra fácil y viva. Hombre de grandes recursos y capaz de profundos sentimientos, se interesó por la emancipación de los siervos de la gleba e ideó unas máquinas de vapor. Su único defecto residía en cierta indolencia, que le impedía imponerse un ideal que le sacara de su diversidad y lanzarse a fondo en un aspecto concreto.
La aparición del occidentalismo de Herzen y Belinskid, por una parte, y de Chaadaev, por otra, fue acaso la ocasión que suscitó este ideal. Junto con otros, Chomiakov creó un movimiento con reducido número de miembros, pero vivo y animado, en defensa de Rusia, de sus tradiciones religiosas y de su historia: el eslavofilismo, del cual ha sido considerado siempre el fundador. Escribió innumerables artículos sobre los más diversos temas y poesías donde exalta las antiguas ciudades rusas, las costumbres nacionales y los afectos de la familia, o sea cuanto atestigua su fe sencilla e inflexible.
Su colaboración con los hermanos Kireevski, a quienes conoció en la época de sus primeros estudios, y con Kochelev, Samarin, Aksakov y otros, para la defensa de los mismos valores y tradiciones y el desarrollo de un movimiento uniforme de pensamiento y acción, fue estrechándose cada vez más. En 1847 realizó un viaje a Inglaterra a través de alemania. De regreso en Rusia con un gran espíritu de dedicación, a pesar de la censura opresora, las sospechas y la prematura muerte de su esposa en 1852, siguió animando al pequeño grupo eslavófilo, y halló en su fe religiosa y en la oración la fuerza necesaria para superar con virilidad todas las pruebas.
A estos años se remontan los opúsculos en francés sobre la naturaleza de la Iglesia, que luego habrían de ser su mayor timbre de gloria y contribuir a la renovación de la eclesiología ortodoxa. Muerto Nicolás I, se autorizó la publicación de la revista Ronoski Vestnik y luego de la Russkaia Beseda, que había de convertirse en órgano del movimiento.
Sin embargo, el pequeño círculo de Chomiakov parecía destinado a la desaparición, y así, falleció primeramente uno de los Kireevski, el filósofo del grupo; luego la madre de Chomiakov y en 1859 el pintor Ivanov; en 1860, casi solitario después de haber visto partir uno tras otro a sus mejores colaboradores, el propio Chomiakov fallecía a causa del cólera en su propiedad de Bogucharovo.
En la edición llevada a cabo por su hijo, las obras completas de nuestro autor ocupan ocho tomos: en el primero van reunidos los artículos dispersos publicados en las revistas coetáneas; el segundo está dedicado por completo a los opúsculos teológicos y a la correspondencia con Palmer; el tercero, como el primero, contiene la producción filosófica y literaria; en el cuarto se hallan exclusivamente las poesías y los dos dramas de juventud; el quinto, el sexto y el séptimo contienen las memorias acerca de la historia universal; y en el último figura la correspondencia. Aun cuando escribió mucho, fue singularmente su palabra viva lo que sostuvo y alentó el movimiento del eslavofilismo.
Su teología influyó profundamente en la concepción de la iglesia que pretende justificar la ortodoxia frente al catolicismo y al protestantismo de Occidente: la iglesia que en el amor opera la síntesis de la unidad y la libertad. Como escribe Berdiaev, para Chomiakov no existe otra fuente del conocimiento religioso ni más garantía de la vida de piedad que el amor fraterno.
D. Barsotti