Posiblemente, después de los últimos estudios, resultaría más exacto el nombre de Egeria. Cuanto acerca de ella sabemos figura en Peregrinación a Tierra Santa (v.), obra descubierta en Arezzo por Gamurrini en 1884 y en la que la autora describe un viaje por ella realizado a Oriente a principios del siglo V.
Los intentos de identificación externa — se ha hablado de una hipotética Silvia de Aquitania; de Gala Placidia, hija de Teodosio el Grande; de cierta Flavia gala, y aun de otras — no han resistido, en efecto, la crítica; la única aproximación verosímil, pero no segura, es la que según Férotin, y de acuerdo con una carta del monje Valerio (695) dirigida a sus hermanos en religión del monasterio del Bierzo, en Galicia, cabe establecer con una monja española. Inútil resulta repetir los datos contenidos en la Peregrinación.
Baste decir que nuestra autora, a su paso por las regiones del Oriente hebreo y cristiano, lo contempla todo con los ojos de la fe y de la piedad: la naturaleza (téngase en cuenta que estuvo en lo alto del monte Sinaí y conoció el encanto de los oasis, de los desiertos y de las auroras y los crepúsculos de fuego, por cuanto habla de ello) no dice nada a quien, como Eteria, no tenía más interés que el de recorrer los caminos de Dios (el del Antiguo y el Nuevo Testamentos) por aquellas benditas comarcas.
Visitó cuantos monasterios halló en su ruta, oyó compungida las palabras de los eremitas, veneró las reliquias del pasado y dedicó la mayor parte de su obra (por lo menos de lo que hasta nosotros ha llegado) a la descripción, con una minuciosidad verdaderamente monacal, de las ceremonias litúrgicas de la Semana Santa en Jerusalén.
Resulta posible seguirla paso a paso hasta Constantinopla, donde redactó la relación de su viaje para sus hermanas de religión que habían permanecido en Occidente. A partir de entonces, todo queda envuelto de nuevo en la sombra, como lo está asimismo cualquier otro detalle de su vida que no figure en la citada obra.
E. Franceschini