Diana y la Tuda, Luigi Pirandello

[Diana e la Tuda]. Comedia en tres actos representada en alemán, en Zürich en 1926, y en italiano, en Milán, al año siguiente. En la primera fase de su dramaturgia, pasando del naturalismo al hermetismo, el poeta indagó en el dualismo entre vida y forma (y es forma toda con­vención del lenguaje y de las costumbres, todo esquematismo de la inteligencia, la propia definición última del arte). En cuanto a la creación poética y la libre in­vención de la fantasía, tal dualismo, preci­samente por frecuente y casi constante, queda como término estructural.

La ocasión para el arte del poeta y para el ejercicio del crítico, es también una fórmula cómoda para la inteligencia del espectador; pero con el tiempo y el éxito, se convirtió en el problema central de Pirandello, cuyo teatro resonó en el mundo, en los años de fácil divulgación del relativismo y el existencialismo, después de la primera Guerra Mun­dial; se impuso al poeta mismo que fue por él inducido a alterar el desarrollo natural de su poética, la cual, en lugar de partir de la imagen o del mito hacia una defini­ción estilística, que puede incluir, aunque no necesariamente, una proposición gene­ral, hizo lo contrario, tratando de buscar, cada vez más a menudo, fábulas que sir­vieran de ilustración a la tesis.

La comedia es, por tanto, el apólogo del desacuerdo entre el indefinido proceso vital, que pide infinito espacio para su existir, y la forma artística que presume poder encerrar ese impulso en una prisión tanto más dolorosa, cuanto más inmortalmente compuesta, no sin una conmovedora urgencia de biografía y de confesión, porque el drama del joven Si­rio Dossi y del viejo escultor Nono Giuncano, su maestro y padre, es el drama del poeta mismo, hombre y artista. Sirio tra­baja en una gran estatua de Diana, en la que quiere plasmar en belleza todo cuanto la vida tiene de informe y de común; hace posar en largas veladas extenuantes a la modelo Tuda; pero Nono Giuncano, que ha destruido todas sus estatuas, admira en Tu­da la divina vida joven, sacrificada a las muertas formas del arte.

Para impedir que Tuda sirva de modelo a otros artistas, Sirio no duda en casarse con ella; pero la cria­tura se rebela al orgullo más que humano de él que, indiferente a su feminidad, quie­re llevar a la estatua hasta el tormento de la carne insatisfecha; y se venga de la única manera que puede, posando para un artista rival, un pintor al que Sirio hiere en un duelo, después de haber destruido el cuadro. Devastados su cuerpo y su alma, Tuda grita su tormento y desatinada se lanza sobre la estatua para infundir en ella las últimas palpitaciones de su propia vida; y Sirio, creyendo que trata de destruirla, la amenaza de muerte.

Entonces Giuncano, para impedir que Sirio sacrifique la vida a la forma, le agarra por el cuello y le destroza. Parece como si los propios per­sonajes se dieran cuenta de que represen­tan un conflicto de entidad abstracta. Sin embargo, la dialéctica obstinada y la su­gestión del lenguaje, dan a esta entidad una fuerza de movimiento vivo, sobre un fondo de irreparable angustia, de nostal­gia por una vida inalcanzable, por una pu­reza imposible.

C. Capasso

Defectos más comunes de una novela (IX) El personaje abandonado

Empezamos la novela contando esta foro y no volvemos a hablar de lo que pasó... Un desastre.

A veces, al escribir los personajes secundarios, nos gusta ser tan detallistas que contamos su vida. Y esos personajes colaterales, de los que decimos unas cuantas cosas para dar profundidad a la novela, interesan tanto al lector que nos termina exigiendo que sigamos contando su vida, o cómo y por qué llegaron hasta la situación actual, donde son comparsas del protagonista.

El autor, por supuesto, casi nunca se da cuenta de eso y sigue con su hilo principal, sin ver que sus secundarios han suscitado un interés tan grande que el el lector siente ansiedad por saber más de ellos.

Es entonces cuando no se vuelve a mencionar a la madre enfermera del camarero, o al abuelo minero de la criada, ni las batallas en que sirvieron, ni las revoluciones en las que participaron. Y el lector se cabrea.

O sea que, para evitar estas cosas, más vale no meterse en demasiadas honduras si lo que se está escribiendo no es la Comedia Humana, a lo Balzac. En caso contrario se corre el riesgo de que lo que nos interesa a nosotros no interese el lector, y casi peor, que lo que le interesa al lector lo hayamos dejado arrumbado en una esquina porque lo consideramos anecdótico o superfluo.

O dicho de otro modo: si no vas a dar soluciones, no cuentes problemas. No puedo ser más claro.

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