LA RUBIA DEL BAR de RAÚL NÚÑEZ

Me sumo a la tarea de rescatar la memoria de un gran escritor hasta hace poco también desconocido para mí. Raúl Núñez, escritor “maldito”, injustamente olvidado y suburbial.

Su pequeña novela  o relato largo LA RUBIA DEL BAR es una historia humana de personajes descarnado y heridos por la vida que intentan medrar en un ambiente hostil y callejero. Un ambiente que no es otro que la España de los 80. La historia dibuja una historia de amor en el Barrio Chino de Barcelona, un ambiente sórdido que el autor conoció de primera mano.

Una historia, en definitiva cargada de humor mordaz, de palabras malsonantes y callejeras, pero no por ello exenta de lirismo.

Y a mi entender, ahí radica la belleza y grandeza de este libro. Saber combinar un ambiente “barriobajero” con una historia de amor romántico. Interrelacionar un aspirante a escritor sobre el que recae el peso de la página en blanco con un proxeneta bisexual, una mujer desquiciada y una puta vapuleada por la vida. Una prostituta desequilibrada y sensual que no es otra que LA RUBIA DEL BAR.

por Pedro Pujante.

http://pedropujante.blogspot.com/

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El hombre en el castillo (PHILIP K. DICK)

Esta obra tiene muchas de las características de una novela social. Se refiere a las interacciones de hombres y mujeres en una sociedad descrita con realismo, ambientada en 1962. Incluso tiene algo de las «comedias de costumbres». Sin embargo, no cabe duda de que es ciencia ficción, ni de que pertenece, al igual que Lo que el tiempo se llevó, de Ward Moore, a la subcategoría de historias de «mundos al­ternativos». La base de la que parte El hombre en el castillo (The Man in the High Castle) es que alemania y Japón han ganado la segunda guerra mundial y que se han dividido entre ellos el territorio de los Estados Unidos. En ese 1962, el Reich alemán está ocupado en lle­var a la práctica una atroz solución final en África, mientras ultima los planes para enviar el primer cohete tripulado a Marte. Entre­tanto, un Imperio Japonés relativamente benigno administrará la Costa Oeste de los antiguos Estados Unidos; los funcionarios japoneses están obsesionados con las costumbres populares y con los objetos de la cultura pop de los derrotados californianos.

Robert Childan tiene una tienda de valiosos objetos antiguos, donde vende relojes Mickey Mouse, viejos posters de películas, li­bros de historietas y cosas por el estilo a los japoneses más cultos, dispuestos a pagar elevados precios por esas genuinas artesanías norteamericanas. Childan está ansioso por complacerlos. En una de las escenas mejor logradas y más divertidas de la novela, es invi­tado a la casa de una joven pareja de japoneses chics que desea ha­cerle escuchar algunos de sus estimados registros de jazz de Nueva Orleans. Childan malinterpreta sus motivos y denigra la música negra en términos racistas –en ese mundo, socialmente acepta­bles–, hasta que se da cuenta de que está cometiendo un error. De esa manera, Philip K. Dick consigue, a comienzos de los años se­senta y en la cumbre del imperio norteamericano de posguerra, crear un verosímil mundo imaginario en el cual los norteameri­canos se ven obligados a humillarse en medio de la confusión, el resentimiento y el remordimiento; soportan el mismo peso de la opresión cultural que a lo largo de la historia han soportado tantos otros pueblos del mundo. Es una saludable inversión.

El hombre en el castillo no es sólo la historia de Robert Childan. Es también la historia del señor Tagomi, simpático empresario japo­nés; de Juliana Frink, instructora de judo, que decide ir en busca del recluso Hawthorne Abendsen; del propio Abendsen, el «hom­bre del castillo» del título, que ha escrito una novela de ciencia fic­ción, La langosta se ha posado, en la cual, como es fácil adivinarlo, se imagina que alemania y Japón han perdido la segunda guerra mun­dial. De esta manera, Dick construye cuidadosamente una narra­ción compleja de muchos niveles, en gran parte unidos entre sí por las referencias al I Ching, el antiguo oráculo chino que todos los per­sonajes consultan de tanto en tanto. La novela cuestiona nuestra idea de «realidad», y demuestra cuan frágil puede ser el consenso. Paradójicamente, por tratarse de un libro que se aparta de la reali­dad, los personajes son muy reales. Una de las mayores virtudes de Dick fue su capacidad para crear personajes –cualidad que no suele caracterizar a los escritores de cf–, y que aplica plenamente en esta hermosa y sutil novela. Quizá sea la mejor obra de Dick, y la más notable de las narraciones sobre mundos alternativos, o fanta­sías de posibilidad histórica, que se haya escrito jamás.

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Expreso Nova (WILLIAM S. BURROUGHS)

La contratapa de mi edición de bolsillo describe este libro como «un alucinante juego interplanetario de policías y ladrones, con la Policía Nova de un lado y, del otro, la Banda de Nova (entre cuyos miembros se encuentran Izzy el Matón, Mary Hamburguesa y el Chico Subliminal)». Evidentemente, toda la cultura pop norteame­ricana –y gran parte de su cultura elitista– es triturada en el mo­lino de palabras de William Burroughs. Allí tiene su sitio la ciencia ficción, junto con la novela de detectives, el comic de horror, el wes­tern y la amorfa «confesión» beat. En realidad, la cf se destaca entre los otros muchos géneros de la desproporcionada pero elocuente mi­tología de Burroughs. En El almuerzo desnudo (1959) utiliza muchas imágenes de ciencia ficción, y admira a autores como Theodore Sturgeon o J. G. Ballard. Expreso Nova (Nova Express) es un auténtico libro de cf.

La idea básica es ésta: un grupo de individuos, a quienes Bu­rroughs llama Banda de Nova, se propone apoderarse del planeta mediante la manipulación de las redes de la adicción, no sólo de la droga, sino de la dependencia humana del sexo, la violencia y el lenguaje mismo. Están confabulados con «los todopoderosos di-rec­torios y sindicatos de la Tierra», y nos ofrecen el Jardín de las Deli­cias, la Inmortalidad, La Conciencia Cósmica y Siempre lo Me-jor en el Placer de la Droga. Como dice un portavoz de Burroughs: « Oigan: el Jardín de las Delicias que les prometen es una cloaca … La Inmortalidad la Conciencia Cósmica el Amor que les prome-ten es mierda de tercer orden … Sus drogas son venenos destina-dos a provocar el auge de la Muerte Orgasmo y los Hornos de Nova».

Enfrentados a la conspiración de Nova se encuentran los bue­nos, el inspector J. Lee (el propio Burroughs) y la Policía Nova. Sólo ofrecen «austeridad y resistencia total». El objetivo es desen-masca­rar a los criminales de Nova, quienes, por extensión, son todas las fuerzas del capitalismo y del control burocrático, y «ocu-par el Estu­dio de la Realidad y capturar su universo de Miedo Muerte y Mo­nopolio. ..». Se trata de una visión simplista y mani-quea de las co­sas, pero Burroughs cree absolutamente en ella. La mayor parte del libro consiste en una avalancha de metáforas que, de diferentes ma­neras –divertidas, terroríficas, esclarecedoras, desagradables– , transmiten fuerza al mensaje. No hay un argu-mento lineal. Por el contrarío, nos encontramos con un conjunto de imágenes brillantes y perturbadoras, y una permanente retórica de insultos subversivos intercalada con divertidas «costumbres» que caracterizan a los per­sonajes más grotescos (por ejemplo, Irano, El Chico de Metal Pe­sado, visita un café donde «dos Agentes Lesbianas con carne de pene injertada en los rostros esmaltados estaban sentadas sorbien­do líquido medular con pajitas de alabastro»).

Aparecen también los Cerebros de Insecto de Minraud y la Gente de Pez Venusino: «El muchacho–chica verde trepó por un re­borde … Ella se retorció hacia el supervisor con gorjeos y risitas … El supervisor extendió una mano transparente y palpó distraído la jalea sin huesos acariciando glándulas y centros nerviosos … El muchacho–chica se retorció en espasmos tentadores». Luego nos encontramos en una excursión por los Jardines de la Diversión y por los Tribunales Biológicos: «En ellos pululan formas de vida ter­minales que solicitan desesperadamente prórrogas para permisos expirados y certificados de residencia … Levantando garras de in­sectos, partes animales y avícolas, toda clase de enfermedades y de­formidades recibidas … Aullando para exigir compensaciones e in­tentando corromper a los jueces o influir sobre ellos en mil lenguas vivas o muertas …».

Estas vividas y caóticas divagaciones son algo más que alucina­ciones absurdas. Equivalen a una mitología alternativa de nuestro tiempo, que se exhibe por razones morales. William Seward Bu­rroughs (nacido en 1914), tan querido e imitado por poetas y músi­cos punks, así como por algunos escritores jóvenes de cf, es el mayor demonólogo de la era de la ciencia ficción.

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