De la comedia de Berton y Simón, Ruggero Leoncavallo (1858-1919) tomó el libreto para la ópera del mismo nombre, en cuatro actos, Zazá, estrenada en Milán en 1900. Reconociendo en el prólogo de Pagliacci (v.) la formulación programática del llamado «verismo» italiano, Zazá es la expresión exasperada de este «verismo», de tal manera que, vista a distancia, posee un valor ejemplar y demostrativo.
Por su aspecto formal, la obra es sustancialmente fiel al modelo corriente (sustancialmente porque, de acuerdo con el texto, los elementos libres y «fantásticos» están ausentes o reducidos al mínimo; la única página instrumental que dura más de algunos compases es la introducción del tercer acto, único caso en que interviene el coro, invisible por lo demás). El criterio de repetir los fragmentos «psicológicos» transportándolos de un punto al otro al servicio de la unidad dramática, se aplica sobre todo en el simbolismo de Zazá y de su amor con el que comienza y con el que termina la obra,’ hallándose dos veces o al menos una por acto, junto con los secundarios de la alegría amorosa de Zazá (actos II y IV) y de la niña (actos III y IV). «Música que no se interfiere con la acción» (Riemann); los recitativos son cortos, prontos a resolverse en el impulso lírico; pocos y elementales los trozos en que intervienen varios personajes. En los raros momentos en que la orquesta sale de su acompañamiento habitual y halla alguna eficacia expresiva, no lo hace por sus grandes efectos, sino más bien por ciertos matices pasajeros.
El primer medio expresivo es el vocalismo y el monocorde de la «Romanza», que trata toda la materia musical según el modelo medio de la «joven escuela italiana». Entre los mejores momentos melódicos es digno de notar «No oyes en la pequeña estancia», de cierta gracia voluptuosa en los violines (acto III); mejor es aún «Zazá, pequeña gitana» (Cascard, acto IV). Poco más puede añadirse al florilegio, salvo algunos rasgos fugaces.
E. Zanetti