Yang-Ming Ch’üan Chi, Wang Yang-ming

[La colección completa de Yang-ming]. Obra de Wang Yang-ming (1472-1518), filósofo y gran ge­neral chino que renovó el carácter de la cultura de su época. Siguiendo a Lu Hsiang- shan, quien fue el primero en sostener que espíritu es la razón de la existencia del universo (v. Hsiang-shan Ch’üan Chi), nuestro filósofo afirma que tal es la ver­dadera enseñanza de Confucio y de Mencio; en otros términos, los fenómenos del uni­verso no pueden existir sino en cuanto están fundidos con nuestro espíritu.

Por consiguiente, se muestra desfavorable para la investigación de las leyes últimas de las cosas, hecha por Chu Hsi (v. Chu Tzû Ch’üan Shu); porque lo que debemos hacer es comprender nuestro espíritu, el cual a su vez es el espíritu del Universo. Nues­tro espíritu puede conocer el universo, por­que hay cierta conformidad imaginaria entre nosotros y el cosmos; y por esta ra­zón el objeto del conocimiento, esto es, las cosas, es del mismo orden corpóreo en que participamos con diversas experien­cias. El hombre ha nacido con una con­ciencia buena, que forma parte de la mente de los seres y de todo el universo: si la pudiésemos conservar, seríamos por natura­leza dueños de los seres. Las tendencias del mal y del bien, de lo bello y de lo feo, proceden del oscurecimiento de la concien­cia originaria, de los deseos de los hombres, los cuales son debidos a numerosas causas «a posteriori».

Para mantener constantemen­te la buena conciencia es menester abando­nar sobre todo los deseos y meditar acerca de la propia conciencia procurando desarro­llarla; éste, según nuestro filósofo, es el verdadero significado de la investigación de las cosas y de la extensión del saber que enseña la Gran Ciencia (v. Ta Hsüeh). Este conocimiento de las cosas se realiza por la colaboración entre la facultad de conocer, la voluntad y los sentimientos; nuestros sentimientos hacen surgir la acti­vidad de la voluntad, la cual vence los deseos, hace sincero el pensamiento y lo dirige a dedicarse al conocimiento de las cosas. Si ese conocimiento no está inmediatamente ligado a la acción, no se puede decir que es verdadero conocimiento.

Con­cepto que él aclara con dos ejemplos co­munes de la vida cotidiana: el verdadero conocimiento de las cosas es como desear a una joven hermosa o aborrecer el mal olor; ver una joven hermosa es conocimiento, y desearla es un acto; ahora bien, cuando vemos a una muchacha hermosa sentimos acto seguido el deseo de obtenerla, no por­que después de haberla visto tomemos la decisión de desearla, sino como instinto; así, cuando percibimos un mal olor viene en seguida el gesto de repugnancia, y no es verdad en modo alguno que cuando per­cibimos un mal olor hagamos una medita­ción acerca de las desagradables consecuen­cias del hedor antes de decidirnos al gesto de repugnancia, sino que ésta nos viene es­pontáneamente. Nuestro filósofo, como los buenos cristianos, no permite ni siquiera un mal pensamiento en nuestra mente, y esto como directa consecuencia de su idea de la unión del saber con la práctica. La caracte­rística original de esta filosofía consiste en la intuición, en su espontaneidad y vivacidad en las argumentaciones y en aquel monismo del espíritu que lo domina todo (cfr. La Philosophie mor ale de Wang Yang-ming, del padre Wang Tch’ang-tche S. J., en el número 63 de las Varietés Sinologiques, Zi- Ka-wei, Shanghai, 1936).

P. Siao Sci-yi