[Santippe]. Obra de Alfredo Panzini (1863-1939), publicada en 1914. «Pequeña novela entre antigua y moderna» la ha definido el autor; y en efecto, la figura de la famosa mujer de Sócrates, la predominante del mismo Sócrates, y la imagen de la Atenas de entonces, si en apariencia son como la historia y la anécdota nos las han transmitido, en realidad resultan trasladadas y evocadas a la luz de la contraposición entre el mundo clásico, más bien heroico, y el mundo burgués; entre el culto de la sabiduría y de las antiguas virtudes, y la nostalgia de los placeres y las dulzuras de la vida diaria, que es característico de Panzini, y en el que continuamente busca, ya con ironía, ya con pesar, el modo de hallar una mediación, un acuerdo.
Más que antagonistas, Sócrates y Xantipa son en esta obra figuras y motivos complementarios; son el Don Quijote (v.) y el Sancho Panza (v.) de todos los tiempos y lugares; y, en particular, el Don Quijote y el Sancho Panza que conviven en el alma de Panzini. Por lo tanto, su Sócrates es el filósofo que muere para dar testimonio de la verdad de su propia enseñanza y la inviolabilidad de la ley humana y divina; pero también -es el hombre de sentidos vigilantes que vuelve la cabeza admirado al paso de Cleonetta, la bellísima hetaira. Es el investigador incansable, con el método de la ironía, de lo bello y de lo bueno, que se sacrifica a la necesidad que de vez en cuando siente la humanidad, «como el Orco de la fábula, de devorar algún hombre justo»; pero a la vez es el ejercitante de una más fácil ironía, casi un «ironista» en sentido moderno, el cual, conociendo bien al mundo, se ríe amargamente de los demás y de sí mismo.
En cuanto a Xantipa, la primera parte del libro, en la que Sócrates es todavía libre y discurre por las calles de Atenas, aparece como el prototipo no sólo de la mujer habladora, fomentadora de peleas domésticas, sino con sentido común y práctico, adversaria irreductible de todo idealismo; luego, al precipitarse el drama de Sócrates hacia la catástrofe, o sea, al acercarse en cierto modo a la humanidad de su mujer, también la figura de ésta se humaniza aplacando sus rasgos más agrios, revelando un fondo de solicitud afectuosa, de seductora probidad; en suma, de una sabiduría maternal y casera no inferior, en sentido moral, a la filosófica perseguida por el marido.
De ahí la bondadosa ironía, las referencias polémicas a la actualidad, que prevalecen en la primera parte del libro, en la que Panzini insiste, complacido en el lado negativo de su ideal femenino, callando o poco menos el positivo, y juega demasiado con estos cotejos que a veces le alejan de su tema propio; al fin, y especialmente en las delicadísimas páginas del adiós de Sócrates a sus hijos y amigos, y de la desolada supervivencia de Xantipa, ironía y polémica se purifican y llegan a un tono de elegía; elegía por la interrupción de las amadas costumbres domésticas, por el hogar vacío, por los afectos perdidos; elegía de los muertos, en el recuerdo y en la melancolía de los vivos.
Tono que es de los más felices poéticamente de Panzini, y que compensa el aire discursivo, divagante y fragmentario del libro, tan en oposición con su planteamiento narrativo y «novelesco», en un ritmo libre de fábula o de viaje «sentimental», íntimamente adecuado a las exigencias y cualidades líricas del autor.
A. Bocelli