[Vórtice]. Novela de Alfredo Oriani (1852-1909), publicada en 1899 y considerada como su obra maestra. El protagonista, el pobre Romani, arrastra una existencia mediocre en una pequeña ciudad de Romagna, entre el círculo, el café y la casa con la mujer y los dos niños.
Los amigos habituales, las acostumbradas disputas provincianas con sus mezquinos rencores y de cuando en cuando una cena, una mujer. El patrimonio escaso y todavía más escasa la voluntad de trabajar; poco a poco las hipotecas pesan sobre la finca paterna mientras la vida continúa discurriendo paulatinamente hacia la ruina. El encuentro con una artista de una compañía de operetas le lleva a la catástrofe: un día, cuando ella ya se ha marchado y todo vuelve a la monotonía de antes, Romani se encuentra con una letra de cambio falsa que un usurero, dándose cuenta de ello, presenta inmediatamente al juez. Ante lo imprevisto del acontecimiento, el hombre no halla más que una solución: la muerte. Las ciento cincuenta páginas de la novela son la historia de esta lenta agonía, que dura un solo día.
De un instante a otro la espiral del vórtice se estrecha y el abismo se avecina. La separación de la vida es lenta y continua, aunque todo se desenvuelva como de costumbre, en las habituales ocupaciones de un día festivo. La mujer, la tierna y amable compañera, nada sospecha; los niños juegan inocentemente como siempre. En el paseo y en el café, los amigos son los mismos^ las conversaciones las de siempre. Nadie sabe nada ni imagina nada; mañana, cuando se desate el escándalo, él ya no existirá. Romani, que sabrá hallar el valor necesario para morir, no lo tiene para luchar. Escribe una carta a su tía Matilde para recomendarle a los niños y se dirige hacia la estación en busca del primer tren de la noche. Pero tan sólo al alba hallará el desesperado valor de dejarse destrozar por el último convoy. Gracias al estilo, todo resulta extraordinariamente vivo. Los paisajes, las vidas, las casas, los objetos y las personas aparecen con una realidad tan aguda, que se convierten en algo casi alucinante.
M. Missiroli
Magnífico; en otros tiempos hubiera añadido: terrible. Lo leo con una continua sonrisa amarga de aprobación, con un agrio deseo de conseguir el valor que me falta. En muchos puntos he experimentado una sensación de estupor como si lo que leyere fuese un secreto que me hubiera arrancado a mí mismo. (De Amicis)
El trágico hálito del incomprensible destino respira a través de las cosas humildes dichas con sencillez, y asalta por doquier el alma del suicida, atravesada por relámpagos de angustia intolerable y de repugnancias de una profundidad que da miedo. (Serra)