Primero de los poemas hagiográficos de Gonzalo de Berceo (fines del XII-mediados del XIII) (v. Estoria de sennor Sant Millán, Vida de Santa Oria, Milagros de Nuestra Señora), iniciador, en Castilla, del «mester de clerecía», contrapuesto al «mester de juglaría»: esto es, de un arte narrativo trabajado, literario, que quiere distinguirse del sencillo y popular de los juglares.
«Juglar» de Santo Domingo, verdaderamente no duda Gonzalo en proclamarse, y declara haber cantado las gestas del Santo en lengua vulgar, porque no es tan letrado que sepa usar el latín; pero, por otra parte, en toda ocasión distingue insistentemente su obra de la de los juglares; y su poema es designado por él de «dictado» (esto es, «poema regular», que obedece a la disciplina de la composición literaria: justamente «dictare» se decía en la escuela de retórica por «componer»); mientras que llama «cantares», esto es, canciones, a las composiciones juglarescas. En tres lugares del poema, Gonzalo hace referencia a su fuente, a su «autor»; y, efectivamente, se ha reconocido que sigue con gran fidelidad la vida latina de Santo Domingo compuesta por el abate Grimaldo, permitiéndose únicamente poquísimas omisiones y alguna transposición.
Dos solas adiciones se han notado y son de escasa significación. El poema está dividido en tres libros (vida, muerte, milagros); y esta tripartición es interpretada místicamente por el poeta al comienzo del libro III: tres libros en un solo «dictado», así como tres son las personas en la única Divinidad. Literario y culto el poemita, es sin embargo muy sencillo, rígido y mecánico. El tono del relato es frío e insignificante, sin luces, sin imágenes. Como trozos algo salientes se citan la visión de las tres coronas, que el Santo relata a sus hermanos (tres coronas preciosas que tienen en la mano dos místicos personajes vestidos de blanco: son las coronas que el Señor ceñirá al vencedor del demonio), en que Berceo aviva, en cierta manera, y precisa el texto de Grimaldo; y la figuración de la oración cristiana elevada a lo más alto del cielo por la caridad.
A. Viscardi