Obra española compuesta de dos relaciones, respectivamente escritas en 1532 y 1534, por orden y con la aprobación de Francisco Pizarro (hacia 1475-1541). por sus dos secretarios, Francisco de Jerez y Pedro Sancho. La primera — la más importante: Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco, llamada la Nueva Castilla, Sevilla, 1534 — puede’ verse en la «Biblioteca de Autores Españoles», vol. XXVI.
Narra cómo Pizarro, dirigiéndose, con muchos otros aventureros de su época, en busca de riquezas, a las tierras de América recientemente descubiertas, animado por el maravilloso éxito de Cortés, constituyó en Panamá, con otro aventurero, Diego Almagro, y el eclesiástico Fernando de Luque, una sociedad para descubrir y conquistar países, probablemente ricos en oro, sobre la costa hacia el Pacífico de América del Sur. Pizarro y Almagro efectuaron con dicho fin, entre 1524 y 1530, varios viajes de exploración, en los que hubieron de soportar grandes sufrimientos y afrontar peligros graves, con frecuentes choques con los indígenas; así llegaron hasta los 9o de latitud sur, convenciéndose de la existencia del gran imperio de los Incas, riquísimo en oro. Debido a dicha certidumbre, Pizarro marchó a España, donde interesó en la empresa al propio emperador Carlos V, que, con la famosa «Capitulación de Toledo», le daba los más amplios poderes sobre las tierras que conquistase, nombrándolo capitán general y gobernador del Perú.
Vuelto a Panamá, partió en 1531, con tres naves, para la empresa decisiva; llegado, después de fácil navegación, a la isla Puná (Ecuador), donde libró con los indígenas una batalla victoriosa, pasó a la ciudad de Túmbez, que sometió con las armas, fundando algo más al sur la primera colonia española, a la que llamó San Miguel. Desde allí, con doscientos hombres escasos, partió hacia el interior del imperio, donde se encontraba el jefe de los incas, Atabalipa (llamado por otros cronistas Atahualpa) y, enviándole mensajes amistosos donde le decía que acudía no como enemigo sino como portador de una nueva fe, consiguió penetrar en la ciudad de Cajamarca, fuera de la cual se encontraba el rey con 40.000 hombres; después de atraerlo a la ciudad para conferenciar con él, con un leve pretexto provocó la batalla; su audacia más que temeraria se vio coronada por el éxito, pues le fue posible, aprovechándose de la rapidez y sorpresa, con las poquísimas fuerzas de que disponía, apoderarse del jefe y desbaratar y poner en fuga a su ejército fuerte y aguerrido.
Como rescate por el rey prisionero pidió una enorme cantidad de oro y envió a sus soldados a saquear los fabulosos tesoros que se encontraban en los templos y palacios de las principales ciudades; cuando finalmente el oro pactado (se calcula que ascendía su valor a cerca de 1.360.000 pesos de oro fino) fue recogido, fundido y distribuido según los méritos (un quinto fue enviado a España al emperador), hizo matar a Atabalipa, acusándole — no se sabe con qué razón — de conjurar contra él, pese a haberse convertido a la fe cristiana. El tema de la segunda relación, Historia de la conquista del Perú, es la revuelta desencadenada entre los indígenas a la muerte de su jefe y prontamente dominada por Pizarro, que, después de algunas batallas, marchó directamente hacia la capital, Cuzco, saqueándola y fundando una colonia española. Ambas relaciones, escritas con garbo y cierto encanto, son ricas en detalles sobre el país, los habitantes y sus costumbres; pero, por interrumpirse en 1534, no explican cómo, en discusión con Almagro, Pizarro, después de duras guerras, le mató y fué a su vez muerto, en 1541, por el hijo de aquél.
La empresa de Pizarro, junto con la algo anterior de Cortés para la conquista de México, es la más importante del grupo de expediciones que, en la primera mitad del siglo XVI, se lanzaron a la conquista y aprovechamiento del Nuevo Mundo.
P. Gobetti