Ulises, James Joyce

[Uysses]. Es el libro más célebre de James Joyce (1882-1941). El escritor ir­landés lo empezó en Trieste, antes de la primera guerra mundial; publicó los prime­ros capítulos en una revista americana, que tuvo que suspender la publicación por las protestas que suscitó la supuesta obscenidad de algunos episodios. La obra fue termi­nada durante la segunda estancia del autor en Trieste, entre 1919 y 1920, y fue publi­cada en un volumen en 1922, en inglés, en París.

Ulises representa una de las más des­medidas empresas intentadas por ningún escritor; siguiendo la huella de la Odisea homérica (v.), considerada como un gran viaje experimental en el mundo antiguo, el autor hace recorrer a sus dos personajes una gran ciudad moderna, Dublín, que pue­de dar una síntesis material y espiritual del mundo de hoy. De los dos personajes, uno, el maduro, Bloom (v.), vagabundo traficante semita, es el Ulises (v.) del poema, y el otro, el joven intelectual Stephen Dedalus (v. Dedalus), en el que se puede reconocer al mismo Joyce, es Telémaco (v.). Los dos personajes son complementarios, y lo reco­nocen al encontrarse. Bloom, en el que todo se reduce a emotividad sexual, experiencia práctica y frívola curiosidad, acaba por llevarse a casa a Dedalus, el inquieto inte­lectual, afanoso de todas las abstractas cu­riosidades de la mente. Uno busca un substituto para su hijo, muerto en la niñez; el otro busca a un padre en que puedan com­pensarse sus desequilibrios mentales.

Las aventuras que conducen a la unión de estos dos hombres ocurren en un día, desde el amanecer a la noche; cada hora tiene su episodio, y corresponde a un canto de la Odisea; cada episodio tiene su centro de sensaciones en una parte del cuerpo huma­no, cerebro, orejas, nariz, estómago, intes­tino, etc.; cada episodio está señalado por un símbolo (heredero, caballo, enterrador, editor, virgen, madre, prostituta, tierra), y en cada uno de estos momentos se consi­dera una actividad del espíritu o de los sentidos, con cambios de lenguaje y de es­tilo según el argumento, los personajes y la situación. De este modo se pasa de las me­ditaciones de Stephen en la playa, al aná­lisis de los pensamientos y de las imágenes de Bloom en un burdel, al último monólogo interior de la mujer de Bloom, etc.

En Uli­ses, Joyce rompe audazmente el precepto de la unidad de estilo, salta de lo poético a lo filosófico y de éste a lo grotesco, emplea el inglés de varias épocas, injerta en él voca­blos y locuciones de todos ^ los idiomas y dialectos que conoce. Un crítico napolitano opinó que el lenguaje era el verdadero pro­tagonista de la novela de Joyce. Y no an­daba demasiado desencaminado, al menos por lo que hace al pensamiento del escri­tor, pues los últimos veinte años de su vida los dedicó a una obra que él llama La obra en camino [Work in Progress] publicada más tarde con el título de La vela de Finnegan (v.), en la que tienen una parte importante los experimentos sobre el len­guaje. Apoyándose en la teoría freudiana de las intervenciones del subconsciente, que hacen pronunciar una palabra por otra y a veces confundir la que se quería pronunciar y la que el subconsciente sugiere, Joyce introdujo en la lengua una cantidad de vo­cablos compuestos de este modo y que exi­gen, para comprenderlos, un vocabulario especial.

En su último libro Joyce fue, pues, mucho más allá de su Ulises, y no sola­mente en esta patología del lenguaje, sino también en el simbolismo poético sacado del conocido simbolismo de los sueños, que forma parte de la doctrina de Freud. En el Ulises la psicología freudiana, aunque su intervención sea grande, no es llevada, empero, hasta estas extremas consecuencias. Armoniza con tal psicología el empleo sis­temático del «monólogo interior», que tanta impresión causó a los críticos de la novela- poema, y fue luego imitado en todas las literaturas. La idea de este monólogo la sacó Joyce de una novela del francés Édouard Dujardin, publicada en 1887, cuan-do todavía nadie hablaba de Freud. En Ulises el monólogo interior, es decir, la ince­sante conversación que el hombre sostiene consigo mismo, tiene una peculiar y desor­denada continuidad incluso en el sueño: es célebre el último capítulo, donde la mujer de Bloom rumia dormitando sus confusos pensamientos, y la prosa no tiene ni perío­dos ni puntuación, sino que es como un des­lizamiento borboteante de palabras y senti­mientos en un oscuro remolino. En el cam­po de la técnica literaria se puede decir que Joyce, en este libro, lo intentó todo. [Trad. española de S. Salas Subirat (Buenos Aires, 1945)].

S. Benco