Tragedia en cinco actos del poeta alemán Heinrich Wilhelm von Gerstenberg (1737-1823), publicada en 1768 por Lessing, cuyas sugerencias tuvo en cuenta el autor para la edición de 1815, haciendo que Ugolino se matara con el mismo puñal con que mató a su hijo.
La obra fue el fruto de los entusiasmos dantescos y shakespearianos del poeta y señala, cinco años antes que el Goetz (v.), el inicio de aquella profunda renovación del teatro alemán que, preparada por los trabajos críticos de Lessing, Herder y del propio Gerstenberg | Briefe über die Merkwürdigkeiten der Literatur, 1766-1770], culminará en el Urfaust (v. Fausto) y los Bandidos (v.). Convencido de que el drama moderno debe proponerse, según el modelo de Shakespeare, como único fin la «vivida representación de la naturaleza mortal del hombre», Gerstenberg cree haber encontrado en el episodio dantesco, que la crítica de Bodmer y de Meinhard había propuesto a la admiración de los alemanes, el argumento más adecuado para divulgar su teoría en un^ dinámica escénica de simplicidad lineal y esencial. Reducido únicamente a su catástrofe, el drama se estructura en un coro de almas apretadas en un trágico grupo por su recíproco amor y por el sentimiento de quererlo todo y no poder hacer nada, el uno por el otro, bajo el oprimente hado de la muerte.
Las unidades de lugar y tiempo, rigurosamente observadas por el poeta (la acción se desarrolla en una sola noche en el interior de la horrible torre), en contraste con las afirmaciones teóricas del crítico, se justifican poéticamente como la figuración sensible del círculo de’ la muerte y de la noche del alma, que cada vez más sombría va envolviendo a sus víctimas. La lucha contra la desesperación y la reconquista de la fe en Dios, que es juez, pero también padre, constituyen el verdadero tema poético del drama. Ugolino, oprimido por el remordimiento de haber causado, por su sed de dominio, su ruina, la de su mujer y sus» hijos, expía ya en la tierra, a través de una serie de atroces pruebas, su culpa. Superando también la última prueba, la tentación del suicidio, y por el ejemplo de los inocentes que murieron por él sin rebelarse contra el injusto destino, puede expresar con las mismas palabras de Job su sumisión a los decretos del Eterno: perdonando a sus verdugos aguarda su fin con la certeza de que «la meta está cerca» («Ganz nahe bin ich am Ziel»).
Frente a la figura del pecador arrepentido y redimido, que recuerda la del Fausto de Lessing y preludia lejanamente la del Fausto de Goethe, está el arzobispo, como el tipo, tradicional en la leyenda heroica germánica, del malvado consejero que, con pérfido goce, arrastra a la ruina y a la muerte a quien confía completamente en él. A pesar de que el arzobispo Ruggieri no aparece nunca en escena, es él quien maneja los hilos de la acción, y ésta conduce a un fin trágico. Por instigación suya el libertador de Pisa se convirtió en el tirano de Pisa; es él quien, después de haber provocado la caída de Ugolino, se ensaña sin piedad contra las víctimas inocentes. Cae en sus manos la carta que el conde Ugolino, dos días antes de iniciarse la acción del drama, envió desde la cárcel a su mujer, carta que contenía un llamamiento a los grupos amigos para que se subleven y acudan a liberarle. Ruggieri manda emponzoñar el escrito y cuando la desgraciada mujer lo besa, le produce la muerte. Aquel mismo día empieza para los prisioneros el suplicio del hambre.
El primogénito del conde, Francesco, que por la noche se había escapado de la cárcel, es apresado, y después de haberle dado un veneno lento es encerrado en un ataúd, que es llevado a la cárcel junto con el que encierra los restos de su madre; luego el arzobispo mismo cierra la salida de la torre y arroja las llaves al Arno. En el drama de Gerstenberg, Ruggieri personaliza el principio mismo del mal. Nuevo Yago (v.), no obra tanto por venganza, sino por el satánico placer de empujar a sus víctimas hasta el extremo de la desesperación. hijo del siglo de Leibniz, Gerstenberg ha colocado como centro de su tragedia el problema de la teodicea. ¿Por qué la Providencia — se pregunta Ugolino — ha puesto en manos de él, y sólo de él, del hijo de Satanás, del primogénito del Abismo, el látigo para golpearme y al mismo tiempo para golpear a estos inocentes? Ante tan terrible dolor las fuerzas humanas no pueden resistir. Mientras Francesco muere perdonando y Gaddo, el menor, cae a los pies de su’ padre, el tercer hijo, Anselmo, pierde la razón, y tras ceder, en el paroxismo del hambre, al ciego instinto de la bestia, se arroja sobré el cuerpo exánime de su madre y muerde su carne, por lo que el padre, que, presa de delirio, cree reconocer en él a su odiado enemigo, cae muerto.
Pero en el último momento baja de lo alto una música ligera y suave, llena de melancolía, y acompaña en su muerte al alma de Anselmo, que al final se halla a sí mismo y duerme con la visión del gozo eterno, mientras que el alma de su padre, desde la noche del más desesperado dolor, asciende a la luz y a la paz de Dios. A pesar del impedimento de muchos elementos convencionales, el drama llega, en algunos momentos de altísimo «pathos» y en la conmovedora evocación de las castas alegrías de la familia, a la verdadera poesía. Así es en el apasionado llanto del esposo, que evoca la figura de la difunta Giannetta, en su fe silenciosa y paciente; así, en el pequeño Gaddo que, si no tiene todo el ingenuo frescor del alma infantil, sin embargo, en conjunto sigue siendo una figura bien delineada. Aquí nos habla no la mente del dramaturgo, sino el corazón del joven esposo y del padre, que temblando por la vida de la compañera enferma de tisis, angustiado por los cuidados materiales, y preocupado por el porvenir de sus hijos, había experimentado humanamente esos sentimientos que en su drama se transforman en poesía. En la historia espiritual de alemania, el Ugolino de Gerstenberg permanece como un documento no desdeñable de la crisis eticorreligiosa que agitó la época prerromántica.
C. Grünanger