Son conocidos, sobre todo, los escritos para piano, violín y violonchelo, a los que corresponde el honor de iniciar la serie de composiciones catalogadas de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
El op. 1, publicado en 1795, está dedicado a Haydn y comprende tres tríos, en «mi bemol mayor», «sol mayor» y «do menor», respectivamente; los dos primeros, vivaces y juveniles, a menudo rebosantes de humorismo en sus tiempos rápidos, serenos y sentimentales en los tiempos lentos; el tercero, que tiene mucha más extensión, está caracterizado por una apasionada seriedad, no exenta de profundos acentos de dolor y estremecimientos heroicos. Destaca en las tres obras la manera de tratar los instrumentos, que se articulan con una cierta armonía polífona; son raros los redoblamientos, y aquí el violonchelo se redime de su antigua función de «bajo». En los años inmediatos no aparecen verdaderos Tríos para los tres instrumentos mencionados, salvo la transcripción del op. 11 en «si bemol mayor» (1798), escrito originalmente para piano, clarinete y violonchelo; obra galante y fácil, amablemente mundana, en cuyo último tiempo se contienen las variaciones sobre un aria de la ópera cómica El amor marinero, de Weigl.
En algunos Tríos para instrumentos de cuerda (op. 3, la «Serenata» op. 8 y los tres tríos que forman el op. 9), Beethoven va perfeccionando su familiaridad con los delicados elementos de la música de cámara. Después ya no se encuentran tríos hasta llegar a los dos del op. 70, en «re mayor» y en «mi bemol mayor» (1807), obras de su plena madurez, ricas de vigor y de vida. El primero «se inicia con un movimiento de arrebatadora grandiosidad, constituyendo uno de los fragmentos más acabados de la literatura para tríos; el “adagio», tan misterioso, repite hasta el infinito una breve frase limitada casi a un breve adorno, acompañada por unos sombríos trémolos, página llena de una angustia inquieta, a la que sigue el “presto” más gracioso y sonriente» (Chantavoine). Al carácter del segundo tiempo debe la denominación que a veces recibe esta obra de «Trío de los espíritus» [«Geistertrio»].
Del op. 70, n.° 2, merecen destacarse, especialmente, el ritmo y el desarrollo heroico del final. En 1811 apareció el op. 97 en «si bemol», dedicado al archiduque Rodolfo, y por ello designado comúnmente con el nombre de «El Archiduque», que por la noble y soberbia belleza de que hace gala merece señalarse entre las joyas más excelsas de la música de cámara. Antón Félix Schindler, fiel amigo de Beethoven y su primer biógrafo, dijo respecto a este trío; «El primer tiempo es un sueño de pura felicidad y satisfacción. Encierra también algo de malicia, un jocoso bromear y cierta obstinación* (beethoveniana)… En el segundo movimiento el héroe alcanza el momento supremo de la felicidad. En el tercero, la felicidad se transforma en emoción, resignación y piedad. Considero el “andante” como el más completo ideal de santidad y divinidad». El op. 97 es, realmente, una de las obras beethovenianas en la que la inspiración se mantiene con mayor continuidad.
Con justicia dice Herriot que dicho trío «señala el límite a que puede llegar la expresión musical; una poesía en estado puro, desvinculada de todo elemento material». A estos seis Tríos (siete con el de clarinete) las ediciones musicales hacen seguir otras cuatro piezas de no gran importancia: la brevísima en «si bemol», que consta de un solo tiempo, escrita en 1812 para la pequeña Maximiliana Brentano; otra juvenil en «mi bemol», de 1791 ó 1792; ciertas «Variaciones» sobre un tema original, correspondientes a la misma época, aunque publicadas alrededor del 1803-4; y las singulares «Variaciones» op. f21 (1823), burlescas y casi sarcásticas, sobre un aria cómica del popular compositor Wenzel Müller, titulada «Yo soy el sastre Kakadü».
M. Mila