[Trois ballades de François Villon]. Composiciones para canto y piano de Claude Debussy (1862-1918), escritas en 1910 y transcritas en el mismo año por el propio autor para canto y orquesta; estrenadas en 1911.
De toda la obra de Villon, Debussy escogió» tres baladas de carácter muy distinto: la «Ballade de Villon à s’amie», en que el poeta reprocha con dureza la crueldad de la mujer, aunque implorando, en el estribillo, su piedad; la «Ballade que Villon feit à la requeste de sa mère pour prier Notre- Dame», de una profunda emoción, de una apenada contrición y una fe ingenua y a la vez muy fuerte, y la «Ballade des femmes de Paris», que celebra la locuacidad alegre y vivaz de las parisienses en comparación con las mujeres de todo el mundo. Ya con las Tres canciones de Francia (v.) Debussy había revelado una evolución en su manera de concebir la lírica vocal y más generalmente el canto, en una mayor precisión melódica; característica que se encuentra nuevamente en las Baladas de Villon. En la primera el músico, alejándose algo del tono más auténtico de la poesía, que es duro y amargo, se detiene esencialmente en una sensación de angustiosa nostalgia por el perdido amor, que incidentalmente trasluce de los versos de Villon.
Llevada a este plano, que la aleja del más verdadero sentimiento de la poesía, la lírica debussiana tiene una plena y profunda belleza de acentos. De la misma manera la angustiosa y humilde apelación de la Balada a la Virgen, llena de la amarga contrición del poeta medieval que sentía la propia conciencia agobiada por el peso de sus negros pecados, no encuentra una correspondencia plena y paralela en la balada debussiana. Más que la elevación del alma que implora la gracia, parece haber llamado la atención de Debussy una cierta complacencia en evocaciones ambientales. Resultó de ello un matiz medieval en aquel movimiento arcaico de contrapuntos de la parte pianística, que nos hace pensar que también en esta segunda Balada se le escapó al músico el más verdadero y profundo sentido de la poesía villoniana. Y la lírica de Debussy asume una belleza propia que tiene referencia más bien incidental con la antigua balada, que en su dramática y contrita humanidad es la expresión de un mundo fundamentalmente extraño al debussiano.
Por el contrario, la defensa vivaz y decorativa de la locuacidad de las bellas parisienses encuentra en la tercera Balada una resonancia mucho más natural y espontánea. Y resulta de ello una página de una magnífica plenitud* musical, de encendida fantasía. Solamente aquí el encuentro Debussy- Villon se resuelve en un perfecto acuerdo, en una feliz concordancia de sentimientos.
A. Mantelli