[Traité de l’éducation des filies]. Es la primera obra de Fénelon (François de Salignac de La Mothe, 1651-1715), que la escribió, pasada la treintena, para el duque y la duquesa de Beauvilliers, que tenían ocho hijas. Fue publicada en 1687.
La obrita se inicia con un breve discurso sobre la importancia del tema, dada la gran parte reservada a la mujer en la vida social y las graves lagunas que se encuentran en la educación de las jovencitas, incluso de rango elevado. Se desarrolla luego la materia, partiendo de la más tierna edad, desde la cuna, cuando las primeras sugestiones se graban vivamente en la mente del niño. Avanzando los años, la «educación», en su pleno sentido, debe fundirse continuamente con la «instrucción». Se recomienda el máximo cuidado en las conversaciones, el uso de los diálogos, un método de enseñanza «concreto», y sobre todo hacer el estudio lo más agradable y atractivo posible. La disciplina debe formar un bloque con la educación moral y estar íntimamente ligada a la religiosa, a la cual se le otorga una parte importantísima, si bien se recomienda una religión sencilla y clara, exenta de supersticiones y afectaciones.
La dulzura, la invocación a los sentimientos, al corazón y a la razón, deben presidir todos los actos del educador: es conveniente aconsejar los juegos, la lectura de cuentos fantásticos y morales, etc. La enseñanza comprenderá: lectura, escritura, aritmética, nociones de economía familiar y de derecho, historia, poco o nada de lenguas modernas (el español y el italiano sirven para leer obras excesivamente novelescas y poco morales), pero sí el latín que, además de ser el idioma de la Iglesia, sirve para la formación del gusto y de la mente. En la educación de una jovencita deberá tenerse siempre en cuenta su posición social y las tareas a que será destinada en la vida. La obrita entra en la corriente iniciada por Montaigne, que suele denominarse «realismo social»: no se reniega de las novedades del humanismo, pero se quiere tener presente Ja necesidad de educar para la vida social. Muchas de las ideas propugnadas por Fénelon se encuentran ya en sus predecesores; pero él las constituyó en un sistema corriente, que llegó a influir en los pedagogos posteriores (Locke, Mme. de Genlis, Rousseau) y merecer en parte el apelativo de precursor.
El libro en sí revela muy bien los caracteres del Gran Siglo: ninguna afectación de «especialista», un seguro conocimiento del corazón humano, mucho refinamiento y osadía psicológica, unidas a un programático respeto hacia el orden social y las conveniencias. No obstante, la pasión por la verdad arrastra al autor a una cierta audacia: se lanza en esta obra una valerosa mirada sobre la vida social y sobre nuestros deberes para con ella, que son un anticipo de los atrevimientos de Fénelon en su edad más madura.
M. Bonfantini