[Traité de morale]. Obra de Nicolás de Malebranche (1638- 1715), sacerdote del Oratorio, publicada en 1683. Está dividida en dos partes.
La primera, sobre la «Virtud», propone como fundamento de la moralidad la virtud esencial: «el amor habitual y dominante del orden inmutable». El orden es la jerarquía del ser, y la ley que el mismo Dios sigue en la ejecución de sus planes. Las cualidades del espíritu necesarias para la adquisición de la virtud son: la fuerza que determina la atención a la verdad y que impide las distracciones al trabajo meritorio de la inteligencia, y la libertad que puede suspender el propio consentimiento frente a los bienes finitos para no atender más que al Infinito. Considera a continuación las causas ocasionales de los buenos sentimientos, sin los cuales no se puede adquirir ni considerar el amor del orden. Finalmente se explican las causas ocasionales de ciertos sentimientos contrarios a los de la gracia y que disminuyen su eficacia, a fin de evitarlos.
La segunda parte, estrechamente ligada con la primera, tanto que en ella está su despliegue más natural, trata de los «Deberes» del hombre. Los deberes son proporcionados al objeto de la obligación. Los primeros los que se refieren a Dios y sus atributos: poder, sabiduría y amor. La regla para cumplirlos y conformarse a la ley, a la estructura, a la acción divina, es seguir las razones mismas de la Trinidad. Pasa luego a los deberes con la sociedad humana, que han de considerarse solamente a la vista de su destino eterno y cumplirse en comunión fraterna. Reseña también los deberes entre superiores e inferiores, entre príncipe y súbdito, los deberes de cada miembro de la familia con los demás, etc. Termina el libro con los deberes que cada uno tiene consigo mismo y que esencialmente consisten en trabajar por su propia perfección y felicidad. Nacida del racionalismo cartesiano, la moral de Malebranche hace suyo el binomio ciencia-virtud, pero trasladándolo a la visión total de la realidad trascendente y orientando todas las exigencias humanas hacia su fin eterno.
La obra esclarece el aspecto más cierto del intelectualismo malebranchiano, de sabor tomista: la obediencia a la ley y el amor al orden son un claro homenaje a la razón. El orden es la jerarquía de las existencias colocadas según su respectiva cantidad de ser o de esencia, según su perfección. La moral emana de este orden viviente y se le ajusta convenientemente. Conforme a su idea los cuerpos son creados para los espíritus, para servirlos y para probarlos en vista de otros bienes superiores; los espíritus, a su vez, son creados para Dios; la vida presente, para la vida futura; la sociedad temporal, para la sociedad eterna que debe seguirla. El orden exige que los intereses de la vida actual estén subordinados y a la vez sacrificados a los de la vida futura, preparada para gloria de Dios. Es de notar que en este tratado Malebranche hace escasas alusiones a la doctrina de la gracia, porque también ésta no es sino un accidente, un medio. El orden de la moral está colocado en una fijeza de ser, en una claridad de razón, que constituyen su principal y más veraz valor.
G. Colombo
Como autor, Malebranche es claro, elegante, espiritual, pero al mismo tiempo algo prolijo. En él el interés religioso tiene la misma importancia que el interés filosófico, y creía haber abierto el camino para su completa conciliación. (Hóffding)