Nació el 27 de octubre de 1858 en Nueva York, donde murió el 6 de enero de 1919. Perteneció a una acomodada familia de origen holandés emparentada con la aristocracia del Sur, y fue un muchacho poseedor de una voluntad férrea y una ciega ambición. A los veinticuatro años, abandonada la carrera de Leyes, publicó el primero de sus numerosos estudios históricos, políticos y sociológicos, e inició junto a los republicanos su actividad política y administrativa. Mac Kinley nombróle «Assistant Secretary» de la Marina. En 1898 participó activamente en la dirección de la guerra de Cuba contra España, y alcanzó una considerable popularidad. Su libro de 1897 Ideales americanos (v.) concretaba su posición ideológica (la política se cuida con la moral; es una vocación evangélica) y revelaba asimismo su escasa profundidad intelectual, que le mereció posteriormente el título de «apóstol de lo obvio»; sin embargo, el texto en cuestión mostró también la honradez de sus intenciones y el poder estimulante de su robusta personalidad, debido al cual se dijo que «su mayor mérito era el que suponía permanecer vivo y vivificar el ambiente con su presencia».
Elegido vicepresidente en los comicios de 1901, el asesinato de McKinley llevóle al cargo presidencial. Una de sus expresiones favoritas era «Me siento en forma como un toro almizcleño». Y así, ágil y dispuesto y enarbolando un idealismo condimentado con un tanto de oportunismo, puso manos a la obra: aligeró el aparato burocrático, forzó los límites de la doctrina de Monroe, atacó los monopolios, construyó el canal de Panamá e impuso a Europa el respeto y el temor de unos Estados Unidos de América fuertes. Arrastrada por su ejemplo, la nación empezó a ejercitar su vigor y Roosevelt convirtióse en el presidente del progreso y de las reformas y en el padre del «realismo crítico». En verdad el político había abordado muchos problemas, pero sus reformas (singularmente la que tendía a la disminución de la desenfrenada potencia de los «trust») no tuvieron notables consecuencias. El «mito» de Roosevelt fue, en particular, de carácter moral. En 1909, sucedido en la presidencia por Taft, marchó al África, para llevar a cabo una expedición de caza mayor; de vuelta de la selva, realizó un triunfal «paseo político» por Europa, y viose acogido por doquier como la personificación de la fortaleza de los Estados Unidos.
Vuelto a la patria alcanzó otros éxitos (el premio Nobel, por ejemplo) y dos años después se lanzó de nuevo a la lucha política al frente de los progresistas. Sin embargo, en las elecciones de 1912 la rivalidad entre él y Taft no hizo sino facilitar la ascensión de Wilson, y Roosevelt hubo de volver a sus cacerías y estudios, aun cuando no por ello alejó del nuevo gobierno su atención crítica. Ya enfermo y fatigado, estalló la guerra que siempre intentara evitar; inmediatamente quiso participar en ella al frente de un cuerpo de voluntarios, pero conoció la desilusión de una negativa. Hasta el fin de sus días siguió siendo una fuerza activa y firme. De su producción de escritor cabe recordar, además del libro citado, La conquista del Oeste (1889-96, v.), La vida activa (1900, v.) y Autobiografía (1913, v.).
N. D’Agostino