[Testimonia ad Quirinum]. Una de las más singulares e importantes obras de San Cipriano, obispo de Cartago (martirizado el año 258), escrita —- a petición de un neófito cartaginés, Quirino — antes de 249 (el autor era ya sacerdote y quizás obispo) y publicada en dos veces: los dos primeros libros juntos, y a continuación el tercero.
Más que una exposición doctrinal propiamente dicha, es una obra de recopilación, una serie razonada de materiales. Los dos primeros libros quieren ser una apología doctrinal; dice el mismo San Cipriano: «En el primer libro he tratado de demostrar que los judíos, a base de las profecías, se alejaron de Dios y perdieron la predilección del Señor, concedida a ellos al principio y prometida para el futuro; que entonces los cristianos, fieles al Señor procedentes de todas las naciones y del mundo entero, ocuparon su lugar. El segundo libro trata del misterio de Cristo, demostrando que vino según se anunció en las Escrituras, y efectuó todo lo necesario para ser comprendido y reconocido».
Cada libro está dividido en proposiciones, esquemáticas y concisas, a modo de demostración (por ejemplo, «que los judíos no creyeron en los profetas y que los mataron»; «que los judíos perdieron la luz del Señor»); a cada texto siguen los pasajes, sacados del Antiguo y del Nuevo Testamento, que demuestran la verdad de la tesis. El primer libro contiene veinticuatro tesis; el segundo treinta. El tercer libro, más amplio que los otros dos juntos, expone con el mismo sistema, en ciento veinte tesis, todos los deberes del cristiano en el orden moral y disciplinario (por ejemplo: «no debemos gloriarnos de nada, pues nada nos pertenece»; «hemos de vencer la ira, para que ella no nos obligue a pecar»). La importancia de la obra consiste en que nos permite conocer el texto latino de la Biblia (v.) que se leía en Cartago a mediados del siglo III.
Por otra parte la misma naturaleza de la obra había de asegurarle notable fortuna; desde el siglo III al IV fue una especie de arsenal al que recurrieron todos los polemistas latinos: Lactancio, Octato de Milevi, los donatistas y el mismo San Agustín, contribuyendo así, en grado bastante notable, al mantenimiento uniforme del texto bíblico latino.
M. Niccoli