Teología, Fray Tommaso Campanella

[Teología]. Comenzó Fray Tommaso Campanella (1568-1639) a escribir­la hacia septiembre de 1613. En julio de 1624 quedaba terminada, abarcando treinta libros.

En el Syntagma de libris propriis Campanella recuerda haber escrito «veinti­nueve libros de teología según los principios de la misma metafísica, examinando las leyes de todas las naciones, de los mahometanos, de los talmudistas, de los americanos, de los indios, no tratadas todavía por los teólogos». Yen realidad originariamente Campanella omitió el libro XV, «de legibus speciatim», por haber desarrollado ampliamente el tema en el Reminiscentur. Más tarde, en París, de­seando someter su obra a la aprobación de la Sorbona, amplió el estudio de la teoría de la predestinación, originariamente inclui­da en el primer libro y, formando con ella un libro aparte, la obra alcanzó los treinta libros. Sin embargo, la obra no vería la luz. La aprobación eclesiástica fue denegada y tampoco la Sorbona se mostró más benigna, no tanto por la controversia anticalvinista sobre la gracia, como por las tesis políticas del libro XXII.

Así, la que ha sido conside­rada por algunos como la obra principal de Campanella ha permanecido inédita hasta nuestros días, habiéndose publicado hasta la fecha sólo un libro, el primero (a cargo de Romano Amerio, Milán, 1936). El resto se conserva en dos únicos manuscritos (Ro­ma, Archivo gen. de los PP. Predicadores, y París, Bibl. Nac., Cods. Mazarin. 1077 y 1078), ambos incompletos. Campanella pre­tendía responder a varias cuestiones, que enumera detalladamente. Quería principal­mente oponerse a las herejías protestantes que se habían propagado desde los tiempos de Wicliff. Y ello no para sustituir a Santo Tomás, sino «para completarlo allí donde aparece insuficiente, ilustrando la verdad con formas nuevas». En segundo lugar, el des­cubrimiento de América y la teoría copernicana habían sorprendido a los teólogos «poco versados en la ciencia, los cuales no conociendo más que sus propias lucubra­ciones, se mostraban ridículos a los ojos de los filósofos».

De ahí la necesidad de argu­mentos nuevos y apropiados. En tercer lu­gar, «los nuevos descubrimientos y la reforma del saber habían demostrado que las ciencias deben tratarse de modo muy dis­tinto del empleado por Aristóteles». Por esto Campanella, después de estudiar todas las filosofías antiguas, aristotélica, platónica, pitagórica, demócrita, anaxagórica, estoica, hipocrática, epicúrea y bramánica, y, entre las contemporáneas, la de los telesianos, de Patrizi, de Copérnico y de los heracliteos, después de haber meditado sobre las religio­nes de todos los pueblos, se dispuso a afron­tar la polémica contra «el celo carnal» de los escolásticos de su tiempo, impenetrables a todo cuanto no se encuentre en sus librotes. Por el contrario, la teología debe sacar partido de todas las ciencias, teniendo pre­sente que «el primer código de la ciencia sagrada es la naturaleza». En efecto, sólo nuestra ceguera hace que necesitemos otro libro, las Escrituras, «más adaptado a nos­otros, pero no mejor en sí mismo, puesto que excelente por encima de todo es la natu­raleza universal, grabada en letras vivien­tes, mientras que la Biblia está escrita en letras muertas, que no son cosas sino sólo signos».

Y el procedimiento que sigue el teólogo no es otro que el del filósofo, lle­gando Campanella a la identificación entre razón natural y Verbo divino. «La razón natural es efecto y resplandor del Verbo -divino, de la razón divina, esto es, de Cristo, por el cual todos somos seres racionales. De aquí que todo cuanto dicen los filósofos «de racional, lo dicen cristianamente, aunque no sepan explícitamente que Cristo es la primera razón». Bien se comprende cómo, partiendo de tales premisas, la obra de Campanella viene a iluminar su actitud con respecto a la religión, superando, incluso sin esenciales divergencias, la postura adop­tada en la Ciudad del sol (v.).

E. Garin

Su personalidad es una extraña mezcla de las cualidades más opuestas: altos vue­los del pensamiento y mezquina superstición, imaginación audaz y estéril pedantería, apa­sionado deseo de acción y fría actitud refle­xiva, anhelo imaginativo de innovaciones y servil sujeción a la tradición encuentran lugar en su espíritu, muy cerca unas de otras. (Windelband)