Teogenio, León Battista Alberti

Diálogo de tema politicosocial del italiano León Battista Alberti (1404- 1472), que lleva el nombre de uno de los interlocutores. Compuesto entre 1435 y 1436, fue impreso sin fecha en el siglo XV (pero la edición puede referirse a 1940), reimpri­miéndose también dos veces en el siglo si­guiente en Venecia, por Venturino Ruffinello (1543), y en Florencia por Cósimo Bartoli (1568).

Fue reimpreso por Bonucci en 1845. El título original, antepuesto al manuscrito y conservado por Bonucci, en las ediciones antiguas se cambió por este otro que resume el contenido de la obrita: De la República, de la vida civil y rústica y de la Fortuna. El diálogo está dedicado por el autor «A Leonello, ilustrísimo príncipe de Este». Los interlocutores del diálogo son dos persona­jes ideales, llamados a la griega Teogenio (generado por Dios), en el que el autor se oculta a sí mismo, y Microtiro (pequeño alumno). La obrita está dividida en dos li­bros: en el primero se disputa sobre si para la República, como a la manera latina se llama al Estado, ha de preferirse la prós­pera a la adversa fortuna, si son más noci­vos los tiempos duros o los ciudadanos in­dignos, si es más feliz el pobre o el rico: a este propósito Alberti entona las alaban­zas de la pobreza que, según él, hace libre al hombre, si éste, como debe, sabe sepa­rarse de los bienes terrenos.

Las riquezas serán verdaderamente nuestras, continúa Alberti,  sólo en el caso de que sepamos ha­cer recto uso de ellas. Los libros, las car­tas, las artes, los estudios cultivados en la soledad son las verdaderas fuentes de la dicha. El ciudadano será verdaderamente tal si ama a su patria, no sólo como pasivo habitante de ella. El libro termina con ob­servaciones sobre la muerte, que es el fin natural del hombre, por lo que es absurdo y vituperable lamentarse de que se ha lle­gado a ella. En el segundo libro, Alberti, quizá con algunas referencias a sus experiencias personales, trata de la versátil for­tuna, considera el alma humana y sus extra­vagancias y los cambios y la variabilidad de todas las cosas, la inutilidad y la no «virilidad» de dejarse llevar por contrarie­dades pasajeras y de poca importancia como son todas las de la vida mortal, y la repro­bable vanidad de todas las supersticiones. También el segundo libro termina con me­ditaciones sobre la muerte.

Breves en el diálogo las referencias políticas, son más extensas las que se refieren a la moral pri­vada. Alberti, siguiendo su concepción de la vida, ensalza la dicha del vivir frugal, lejos del tumulto del mundo, de la envidia, de la malicia y de la atracción de las mu­jeres (a las que Alberti en su constante misoginia considera generalmente nefastas); dedicados por completo a la conquista de la sabiduría de los antiguos y de la prudencia y serenidad de alma que permite soportar «virilmente» la pobreza, esa pobreza que el gran arquitecto, nacido rico, se vio obligado a sufrir por la malicia de sus parientes y por su propio desdeñoso alejamiento de todo negocio lucrativo. Algunos trozos del Teo­genio fueron introducidos por el propio Al­berti en el libro III de la Familia (v.).

A. Pica