Las farsas, los dramas y las comedias del periodista, poeta y novelista catalán Josep María de Sagarra (n. 1894) pasan de cincuenta; sin embargo, entre las más representativas pueden seleccionarse Rondalla d’esparvers [Leyenda de cernícalos], publicada en 1918; El matrimoni secret [El matrimonio secreto], en 1922; Caneó d’una nit d’estiu [Canción de una noche de verano], en 1923; Les veus de la térra [Las voces de la tierra], en 1923; Margal Prior [Marcial Prior], en 1926; L’as-sassinat de la senyora Abril [El asesinato de la señora Abril], en 1927; La filia del Carmesí [La hija del Carmesí], en 1929; La corona d’espines [La corona de espinas], en 1930; L’hostal de la Gloria [La posada de Gloria], en 1931; El prestigi deis morts [El prestigio de los muertos], en 1946; La fortuna de Silvia [La fortuna de Silvia], en 1947; Galatea [Galatea], en 1948; L’hereu i la forastera [El mayorazgo y la forastera], en 1949, y La ferida lluminosa [La herida luminosa], en 1955.
Su primera obra, Rondalla d’esparvers, nos cuenta la historia de Andreu, un campesino que abandona a su mujer, Margarida, para vivir con Joana, su cuñada. Con el fin de ganarse el sustento se une a una banda de ladrones y roba y mata con ellos. Y en un rapto de celos estrangula a Joana, su amante. Pero aquella misma noche tiene que robar en un convento de monjas, donde, casualmente, encuentra a su mujer, ya profesa. Ésta le perdona, y Andreu, en el momento en que van a prenderle, se arroja por una ventana y muere. El drama rural, descarnado y oscuro, es una de las constantes del teatro de Sagarra, contraponiéndose así a la visión idílica y casi rousseauniana que del campesino nos habían dado los románticos puros. Aunque Sagarra ha hecho alguna incursión en el teatro más o menos policíaco (L’assassinai de la senyora Abril), ha seguido las huellas de las farsas molierescas (El matrimoni secret) o del vaudeville francés (El cas del senyor Palaú), no obstante se le conoce principalmente por aquellas obras cuya acción se centra en una masía catalana o en una taberna o posada de aldea. El tema a menudo se desdibuja ante la fuerza invasora de los endecasílabos.
No hay que olvidar que en Sagarra el teatro y la poesía nacen, de hecho, paralelamente. Los diálogos brutales de El mal cacador (1916), poema de raíz épica, tienen el mismo empuje que los que sostiene Andreu en Rondalla d’esparvers (1918). Sus dramas rurales más notables, tanto dramática como líricamente, son La filia del Carmesí y L’hostal de la Gloria. La acción del primero hay que situarla en la comarca de Vich y a fines del siglo XVII. Un heredero manirroto, Guillem, promete a sus amigos, en la taberna, que se casará con la primera mujer que traspase el umbral de la puerta. La apuesta parece increíble, pero Guillem la cumple comprando al Carmesí, viejo trashumante de feria, su hija adoptiva, aún adolescente. No obstante, la mansedumbre, la tierna ingenuidad y la bondad no fingida de la muchacha acaban por enternecer al heredero, que se enamora de ella. En L’hostal de la Gloria, la protagonista, Gloria, se enfrenta con entereza con el insinuante juez Forcadell, y así consigue otra vez el amor de su marido, que estaba a punto de traicionarla.
En las obras posteriores a la guerra civil, Sagarra abandona a menudo la facilidad de su verso ágil y brillante, para intentar ceñirse a una prosa adaptada a las necesidades del teatro moderno. Escribe entonces La fortuna de Silvia y Galatea. En éstas el escenario es urbano y los personajes no llevan vestidos típicos ni hablan por medio de metáforas populares o inventadas. Por algo Sagarra ha traducido a Pirandello. Pero con razón Josep Pía ha recordado que el dramaturgo catalán «ha escrito aquello que alguien— ¡no sé quién, alguien! — hubiera tenido que escribir entre el XVI y Verdaguer». El anacronismo de muchas de sus obras se justifica quizá porque Sagarra ha intentado llenar un bache y desmentir la discontinuidad que supuso la decadencia literaria catalana. Sagarra tiene una especial predilección por sus figuras femeninas — Silvia, Gloria, la Carmesina—, en cuyo trazo procura exaltar su fortaleza frente a la miserable condición de los hombres. La vena popularizante y ruralista del poeta lo mueve a comparar las figuras humanas con las bestezuelas y las plantas del bosque («la meva cogullada ja refila», refiriéndose a una muchacha; «tens la llengua com una gatosa»).
Esta raíz profundamente poética es uno de los peligros del teatro de Sagarra, en el que los personajes tienden, a menudo, a expresarse en imágenes o a hablar todos de igual modo. Sin embargo, nunca podrá negarse la importancia del «corpus» teatral de un autor, especialmente dramático, que ha marcado en la escena catalana una estela y una tradición no siempre desplazadas en el tiempo.
A. Manent