Teatro de Lope de Rueda

La produc­ción dramática del cómico sevillano Lope de Rueda (1510?-1565), escasa en temas y en unidad, se reduce a cuatro comedias en prosa, una en verso, tres diálogos pastoriles, un «auto», diez «pasos», casi todo impreso en Sevilla por el librero Juan Timoneda, que también fue autor dramático y amigo de Lope de Rueda [Las primeras dos ele-gantes y graciosas comedias (Eufemia y Armelina, 1567); Las segundas dos comedias (Engañados y Medora) (con los coloquios de Tymbria y de Camila y el Diálogo sobre la invención de las calzas que se usan ago­ra); El deleitoso (siete «pasos» y el colo­quio Prendas de amor)].

Las comedias no sobrepasan el juego de los cambios de per­sona y de los reconocimientos finales según las normas del teatro italiano más ligado a su herencia clásica: la comedia Eufemia, que debía seguir el modelo de un original italiano ahora perdido, repite el tema de la virtud calumniada que se halla en una no­vela de Boccaccio (Decamerón, II, IX) y en Cimbelino (v.) de Shakespeare; la comedia Armelina deriva su argumento de la Altilia (1550) de A. F. Raineri y del Servigiale de G. Maria Cecchi; Los engañados es un arreglo de sus homónimos Engañados (v.) de Intronati de Siena, y Medora es un calco de la Zingara (v.) de Giancarli. Rueda adap­ta asunto y diálogo con arreglo al más inge­nuo gusto de sus oyentes, con un continuo apelar a lo fabuloso mitológico y a lo sobre­natural, y con la introducción de escenas burlescas que constituyen el aporte original de su estro de autor y de su genio realista.

La Comedia llamada Disputa y cuestión de amor es de ambiente pastoril y desarrolla el tema del amor de los pastores Salucio y Pe­tronio que no logran ser amados por las pas­toras Leonida y Silvia: Cupido, encargado de conciliar la voluntad de las dos parejas, no sabe si debe cambiar el corazón de los pasto­res o el de las pastoras y al fin deja que el tiempo los ponga de acuerdo. De ambiente pastoril son también los «coloquios» Tymbria y Camila, ambos basados en un doble reconocimiento. El verdadero genio de Lope triunfa en los «pasos», que son breves esce­nas que el autor intercalaba a capricho en sus comedias: el motivo cómico, libre de todo artificio, se desenvuelve en ellos con una libertad de invención llena de alegría y de sabor picaresco. En estos «pasos», que según los respectivos argumentos se titula­ron «Los criados», «La carátula», «Cornudo y contento», «El convidado», «La tierra de Jauja», «Pagar y no pagar», «Las aceitunas», «El rufián cobarde», «La generosa paliza», «Los lacayos ladrones», el autor realiza las infinitas posibilidades que ya se encuentran en la tradición farsesca de la «commedia dell’arte», acentuando en ellos las referen­cias a una sociedad inmóvil concentrada en torno a las figuras de los siervos y los seño­res, de los astutos y de los tontos.

Cada «paso» es un juego ocasional en torno a un personaje, individualizado con tal riqueza caricaturesca que luego será típica en el tea­tro español y creará la figura del «bobo» y la del «gracioso». En el primero, «Los criados», el simple Alameda descubre con su propia bobería las truhanerías urdidas por él con ayuda del astuto paje Loquito, con lo que los vergazos de su dueño recaen sobre las espaldas de ambos; en el segundo, «La carátula», el mismo Alameda se deja engañar por su propio señor que se le aparece de súbito en forma de fantasma, con el rostro cubierto por una máscara que el propio criado ha encontrado en el campo. El «paso» tercero, «Cornudo y contento», recrea con procacidad digna de Boccaccio y lejanísima de la amargura con que Maquiavelo trató un episodio análogo en la Mandrágora (v.), el motivo del marido burlado por la mujer y por el amante con ayuda del médico; el paso de «El convidado» trata el tema de las burlas que tres tipos de estudiantes se hacen mutuamente; el «paso» quinto o «La tierra de Jauja» presenta al tipo del campesino Mendrugo que, escuchando con la boca abierta las maravillas del país de Jauja, se deja robar la cazuela con la comida de su mujer que se halla presa.

Los otros «pasos» están inspirados en análogos motivos toma­dos también de las costumbres, de episo­dios picarescos, o de la anecdótica popular, como el séptimo, «Las aceitunas», que in­troduce la cómica disputa del campesino Toribio que discute con su mujer Águeda, y ambos reclaman el concurso de la hija, Mencigüela, sobre el precio a que venderán las aceitunas de un olivo que apenas se ha plantado. Con los «pasos» se relaciona también el «Diálogo sobre la invención de las calzas» (en verso) que ridiculiza la moda de las calzas anchas que habían de rellenarse con paja, esparto, etc., para mantenerse tie­sas. Esta multitud de tipos humanos, tan variados en su carácter popular y primitivo, da lugar a una sorprendente riqueza de si­tuaciones cómicas, que el autor subraya, con fruición verbal y con un realismo ingenuo muy lejano de toda intención edificante y que capta con simpatía los aspectos varia­dos de un mundo instintivo y elemental.

C. Capasso

El mérito positivo y eminente de Lope de Rueda no está en la concepción dramática, casi siempre ajena, sino en el arte del diá­logo que es un tesoro de dicción popular, pintoresca y sazonada, tanto en sus «pasos» y «coloquios» sueltos, como en los que pue­den entresacarse de sus comedias. Esta parte episódica es propiamente el nervio de ellas. Es lo que admiró, y en parte imitó, Cer­vantes, no sólo en sus entremeses, sino en la parte picaresca de sus novelas. Lope de Rueda, con verdadero instinto de hombre de teatro y de observador realista, trans­portó a las tablas el tipo de la prosa de la Celestina, pero aligerándole mucho de su opulenta frondosidad, haciéndole más rápido e incisivo, con toda la diferencia que va del libro a la escena. (Menéndez Pelayo)

Lope de Rueda representa en la evolución del teatro español un esfuerzo para encau­zar el drama nacional por las sendas de un franco realismo. (M. de Montoliu)

El mundo cómico de Lope de Rueda ca­rece de las complejidades ideológicas de un Gil Vicente o un Sebastián de Horozco. Nada de la sátira eclesiástica, de la crítica hon­da de los dramáticos plenos de erasmismo. (A. Valbuena Prat)