Louise Labbé (o Labé, 1523-1566) ocupó en Lyon, entonces centro de humanismo y poesía, un papel sin igual. Mantuvo un salón, reunió en torno a sí las jóvenes más bellas, los espíritus más distinguidos, y recibió a las más famosas personalidades de las artes y las ciencias que pasaron por Lyon. Pero no fue sólo por su encanto, su cultura y la distinción de su espíritu por lo que Louise Labbé ejerció una influencia profunda; fue también por su obra poética, que la coloca junto con Maurice Scéve y Antoine Héroét, en cabeza de aquella escuela lionesa que tan importante papel desempeñó en el renacimiento poético anterior a la Pléyade. La obra poética de la «bella cordelera» (así llamada porque su marido, Ennemond Perrin, era traficante en cordeles) comprende veinticuatro sonetos y tres elegías. Los Sonetos son la última obra de poesía de Louise Labbé, y con toda seguridad la más acabada; como las Elegías, los Sonetos están exclusivamente consagrados a los plantos, los éxtasis, los momentos felices y los momentos desgraciados del único gran amor de su vida, el que sintió por el poeta Olivier de Magny (cfr. Los Suspiros) que parece haber descuidado un tanto a su gloriosa Egeria. El primer soneto está escrito en italiano, dando testimonio así de la influencia que ejercían sobre Louise Labbé, y en general sobre toda la escuela lionesa, los poetas italianos, y en especial los petrarquistas. Las lamentaciones de la «bella cordelera», tan brillantes, tan armoniosas, logran todavía despertar algún eco en los corazones de los hombres del siglo XX.
Estos Sonetos saben, con una noble simplicidad y encantador estilo, evocar el aspecto eterno del amor, sus delicados dolores: «Car je suis tant navrée en toutes parts / Que plus en moi une nouvelle plaie / Four m’empirer ne pourrait trouver place» («Pues estoy tan herida en todas partes / Que una nueva llaga en mí / Para empeorarme no hallaría lugar», soneto III). «Et si jamais ma pauvre ame amoureuse / Ne doit avoir de bien en verité, / Faites au moins qu’elle en ait en mensonge» («Y si jamás mi pobre alma enamorada / No debe alcanzar el bien verdaderamente / Haced al menos que lo consiga en mentira», soneto IX). El sueño que sin cesar la agita es el del retorno del amado, el de su presencia junto a ella: «Lorsque souef plus il me baiserait, / Et mon esprit sur ses lévres fuirait, / Bien je mourrais, plus que vivante heureuse» («Cuando más sedienta estoy él me besaría / Y mi espíritu huiría sobre sus labios, / Mejor moriría que viviría dichosa», soneto XIII); se abandona a. los más tiernos deseos: «Baise m’encorr rebaise-moi et baise; / Donne m’en un de tes plus savoreux, / Donne m’en un de tes plus amoureux: / Je t’en rendrai quatre plus chauds que braise» («Bésame todavía, vuélveme a besar y besa, / Dame uno de los tuyos más sabrosos, / Dame uno de los tuyos más amorosos: / Yo te devolveré cuatro más ardientes que las brasas»); finalmente, en el último soneto (el XXIV), la poetisa cree oportuno excusarse ante su auditorio femenino no de las libertades de estilo y de expresión, sino de su mismo amor: «Ne reprenez, Dames, si j’ai aimé, / Si j’ai senti mille torches ardentes, / Mille travaux, mille douleurs mordantes. / Si en pleurant j’ai mon temps consumé, / Las! que mon nom n’en soit par vous blámé» («No me reprochéis, Damas, si he amado, / Si he sentido mil antorchas ardientes, / Mil trabajos, mil dolores mordaces, / Si he consumido mi tiempo llorando, / ¡Ay de mí! que mi nombre no sea escarnecido por vosotras»). Aparte su propio valor intrínseco, los Sonetos tienen una gran importancia histórica.
El soneto francés, anteriormente expresión completamente convencional de una galantería y de un preciosismo bastante vivos, se transforma con Labbé en el género por excelencia de la pasión más sincera y más personal. Puede afirmarse que, con Jean de Sponde, que animó el género con un hálito filosófico (cfr. Sonetos y otras poesías de Sponde), Louise Labbé renovó el soneto en Francia durante el siglo XVI. Por otra parte, entronca con la tradición clásica, que tan viva se mantenía en Italia, por ejemplo, y enlaza con esa vasta corriente poética que se remonta hasta las Odas de Safo (v.), sin caer sin embargo en la pedantería que reflejan sus sucesores de la Pléyade, entre los cuales Du Bellay constituye una excepción. Las Elegías [Élégies] no ofrecen la perfección formal de los Sonetos, pero son para nosotros de extraordinario interés, porque contienen alusiones biográficas que arrojan una curiosa luz sobre la vida del autor. En la primera elegía, Louise Labbé se presenta como continuadora de la obra de Safo, ella ha nacido también para cantar al amor, pero concluye con una nota bastante melancólica: «Ainsi Amour prend son plaisir á faire / Que le veuil d’un soit á l’autre contraire: / Tel n’aime point qu’une Dame aimera, / Tel aime, qui aimé ne sera; / Et entretient, néanmoins, sa puissance / Et sa rigueur d’une vaine espérance» («De tal modo el Amor se complace en obrar, / Que el querer de uno es al de otro contrario: / Nadie ama como amará una Dama, / Nadie ama, que amado no sea; / Y mantiene, sin embargo, su poder / y su rigor de una vana esperanza»).
Después de haber señalado el carácter irresistible del amor, al que no puede escapar nadie a quien el dios haya herido con su flecha, Louise Labbé llama a su amigo en la elegía II: «D’un tel vouloir le serf point ne désire / La liberté, ou son port le navire, / Comme j’attends, hélas! de jour en jour, / De toi, Ami, le gracieux retour» («No desea el siervo con tal voluntad / La libertad, ni el puerto el navio / Como espero yo, ¡ay de mí!, día a día / De ti, Amigo, el dulce retorno»). Finalmente en la elegía III, la «bella cordelera» pide que nadie condene este amor del que ella no es responsable; ella no querría por nada del mundo ser liberada de él, lo único que ella pide es que su amante experimente al menos una pasión parecida a la suya. Del mismo modo que en la elegía II, Louise Labbé no había podido dejar de mencionar su naciente gloria, su renombre, que comenzaba a traspasar las fronteras, en la elegía III evoca sus trabajos guerreros, comparándose a las heroínas de los poemas y novelas caballerescos.; Se sabe, en efecto, que con vestido masculino y bajo el nombre de Loys, participó, siguiendo al Delfín, el futuro Enrique II, en el asedio de Perpiñán. Los Sonetos y las Elegías fueron reunidos en la edición de las Obras de Louise Labbé, publicada por Jean de Tournes en Lyon en 1556. Esta edición está precedida de un prefacio de la autora, que dedica su obra a Clémence de Bourges, su amiga preferida. [Trad. de Ester de Andreis, Madrid, 1957].