Soledades de Góngora

Poema en «sil­vas» (períodos estróficos de diverso metro, con versos que generalmente riman entre sí) del gran poeta español Luis de Góngora y Argote (1561-1627). Consta de dos partes: la primera, «Soledad de los campos», fue terminada en 1613; la segunda, «Soledad de las riberas», inacabada, y con los últi­mos 43 versos añadidos a la antigua redac­ción, es quizá de época más tardía. Según opinión general, faltan, para completar el primitivo proyecto del poeta, dos partes más: «Soledad de las selvas» y «Soledad del yermo».

El motivo informador del poe­ma refleja la ideología propia del Rena­cimiento, con sus aspiraciones líricas por la mítica edad de oro, y se basa en el con­traste entre la vida ciudadana, en conti­nuo afán y esclava de sus propias ambicio­nes, y la vida agreste, libre e independien­te, donde el hombre, en armonía consigo mismo y con la naturaleza, realiza el or­den espiritual que responde a los fines de su esencia y conquista la felicidad y la paz. Sólo que el motivo lírico, que hacía de la vida solitaria un replegarse del indi­viduo sobre sí mismo, para escucharse y escuchar, se convierte, en Góngora, en el pretexto de un arte orientado hacia las co­sas, en su materialidad de forma, color y sonido, para extraer imágenes y represen­taciones que las transfiguran, estilizándolas en metáforas o sutilizándolas en con­ceptos. La trama del poema puede resumirse brevemente. En la primera «Soledad» se nos presenta un joven que, desdeñado por una mujer y náufrago en el mar, con­sigue salvarse sobre un tronco de pino. Después de besar la tierra, seca al sol sus ropas empapadas; luego, hacia el atardecer, después de haber llegado a la cima de una colina boscosa, se dirige hacia una luz que brilla a lo lejos. Llega y es generosamente acogido y hospedado por pastores en su rústica cabaña, «oh bienaventurado / al­bergue a cualquier hora», pues allí no reina ni la ambición ni la envidia, ni la adulación ni la soberbia. A la mañana siguiente, ape­nas despertado por el canto de los pájaros, «esquilas dulces de sonora pluma», el jo­ven peregrino reemprende el viaje. En­cuentra a un grupo de montañeses y mon­tañesas que, cargados de dones, se dirigen a una fiesta nupcial. Los conduce un viejo que manifiesta su simpatía por el recién llegado, pues le recuerda a un hijo perdido en el mar.

Pero ante tal pensamiento, no puede dejar de maldecir de la codicia hu­mana, «piloto hoy…, no de errantes / ár­boles, mas de selvas inconstantes», causa de continuos descubrimientos y de todos los desastres en el mar. Entretanto, con bre­ves descansos junto a fuentes transparen­tes y brillantes, entre coros y danzas, atra­viesan el bosque y llegan al pueblo de los novios. Ya es de noche. Para festejar la llegada del nuevo día se disparan, desde el campanario de la iglesia, cohetes, «lu­minosas de pólvora saetas, / purpúreos no cometas», mientras entre los álamos se ini­cian las danzas que duran hasta el alba. Al día siguiente se desarrolla la ceremonia nupcial; los jóvenes novios son acompa­ñados hasta la iglesia entre los coros alter­nos de pastores y pastoras que loan a Hi­meneo. La ceremonia, seguida de un esplén­dido banquete, se corona con lides depor­tivas, «en la lucha, en el salto, en la ca­rrera». Por la noche los novios son condu­cidos hasta el tálamo, «a batallas de amor campo de pluma». La segunda «Soledad» se inicia al día siguiente, apenas el joven peregrino se encuentra, al salir el sol, junto a la orilla de un río, conducido por la gente que vuelve a casa con el dulce re­cuerdo de la fiesta nupcial. Entra en la ligera embarcación de dos pescadores que lanzan las redes y las retiran cargadas de peces, y mientras se encamina «al bien­aventurado albergue pobre» confía al vien­to sus pesadumbres de amor. El anciano padre de los pescadores, junto con sus hijas, lo acoge con generosa y cordial hospita­lidad, haciéndolo partícipe de su felicidad modesta y frugal. Al caer la noche dos jó­venes pescadores, que aspiran a la mano de las dos hijas del huésped, cantan alter­nativamente su pasión, y el peregrino in­tercede por ellos para que su sueño se vuelva realidad. A la mañana siguiente, llevado en una barca a las proximidades de la tierra firme, puede seguir desde cerca una cacería con halcón. El poema se in­terrumpe aquí bruscamente, pero deja en­trever en su frágil trama los motivos líricos, en torno a los cuales el arte de Góngora gira con incisiva fuerza de expresión y con fastuosa superabundancia de colores, en la onda musical de un verso impregnado de sones y armonías.

El tema de las Soleda­des, la progresiva conquista de la vida in­terior después de las amargas experiencias de la vida social, llevaba dentro una va­riedad de motivos que hubieran podido resolverse sentimentalmente en el lirismo morboso y ensoñador de las novelas pasto­riles. En cambio, Góngora trata de afirmarlo, porque su interés pintoresco y visual se inclina espontáneamente hacia cuanto es movimiento y vida; vida que se hace cons­ciente de sí misma y de su propia alegría, en el canto del amor y en el ritmo de la danza, en la habilidad de los juegos y en el vigor de la lucha, para olvidarse con los placeres inocentes de la pesca y la caza. Por todas partes la naturaleza es movimien­to; forma espléndida de una realidad que, revistiéndose de apariencias y colores o traduciéndose en sonidos y armonías, se rea­liza como belleza; Góngora se detiene para aferraría dinámicamente y para volverla a expresar con palabras incisivas, que se se­paren, con su virtud estética, de lo empí­rico individual y nos transporten a la universalidad de la idea. Las metáforas de Góngora tienden en su mayoría a tal fun­ción, recordando las cosas al pensamiento según una calidad genérica, que sólo el contexto específica y declara. Ciertamente, su lenguaje poético, formado en un clima de cultura refinada, se presenta extraordi­nariamente rico en referencias eruditas y demasiado ampuloso y decorativo. En las Soledades su estilo, más aún que en Polisemo (v.), violenta la sintaxis normal de la lengua castellana con transposiciones a la latina y con incisos que alguna vez ad­quieren autonomía propia. Todo ello hace difícil la lectura del poema, cerrado en un hermetismo en el que se penetra con lenta conquista; después de la cual se abren de par en par los horizontes de un arte nuevo y original.

M. Casella

Un vivo raro ingenio sin segundo. (Cervantes)

Fue poeta, tanto en su primer estilo, co­mo autor de hermosísimos romances1…, co­mo en la segunda y más característica de las Soledades, donde se complugo cierta­mente en voluntarias oscuridades de adivi­nanzas, pero, como estilista y cultivador del arte por el arte, afinó y sutilizó la tradi­cional fraseología poética y humanista, y al mismo tiempo la reavivó con admirables y cálidas visiones de aspectos de la natu­raleza.              (B. Croce)

El símbolo más fiel de esta poesía es la cornucopia. ¿En qué estaban pensando los que dijeron que las Soledades estaban va­cías? Tan nutridas están que apenas si en tan poco espacio pueden contener tal va­riedad de formas. Están cargadas de vida: recargadas. (D. Alonso)