[De unitate intellectus contra Averroistas]. Obra de Santo Tomás de Aquino (1226-1274), en la que el «Doctor Angelicus» trata de sostener y defender su interpretación cristiana de la teoría aristotélica del alma, frente a las interpretaciones averroistas.
Aristóteles concibe el alma, bien como una forma del cuerpo — es decir, en sentido biológico, como manifestación de la vida orgánica, de forma que el alma queda indisolublemente unida al cuerpo, constituyendo «el principio en virtud del cual vivimos, sentimos y comprendemos» —, bien como una facultad especulativa, superior a los sentidos y separada del cuerpo, facultad de la que Aristóteles dice que «parece ser otra especie de alma, susceptible de poderse separar, como lo que es eterno de lo que es corruptible» (v. Del alma). Por otra parte, Aristóteles distinguía el «intelecto posible» (intelecto que es el lugar de las formas inteligibles, pero no poseyéndolas en acto sino en el sentido de ser capaz de recibir y hacer suyas todas las cosas, como una hoja de papel blanco se halla en disposición de recibir cualquier escritura) y el «intelecto agente» (que traslada el objeto, conocido por el intelecto posible, de la potencia al acto y que hace realizable de un modo concreto el conocimiento [Del alma]).
Estos difíciles textos aristotélicos han sido interpretados de manera bastante diversa por Teofrasto, Alejandro de Afrodisia, Temistio, el desconocido autor de la Theologia Aristotelis, los filósofos árabes Al Kindi, Al Farabi, Avicena y Averroes. Según este último, el intelecto posible, que él llama, siguiendo a Alejandro, intelecto material, está aislado del cuerpo y no se halla unido en modo alguno a la materia; por consiguiente, tal intelecto nada tiene de individual. Así, el intelecto material es único para todos los hombres, así como también es único el intelecto agente; ambos se hallan separados del cuerpo y unidos para toda la especie humana, aunque los hombres puedan distinguirse por el grado de su conocimiento, de forma que, para Averroes, se salva la individualidad del acto de comprender, pero no la inmortalidad del alma individual. Tales interpretaciones de la doctrina aristotélica se hallaban en pugna con el Cristianismo, que no puede subsistir sino admitiendo, precisamente, la inmortalidad del alma individual.
Por ello reaccionó la Escolástica contra tales doctrinas concretándolas en dos tesis, en virtud de las cuales el intelecto material no es una forma del cuerpo y es único. El punto de vista averroísta fue aceptado por algunos filósofos cristianos y, en particular, por Siger de Brabante, que es el paladín más destacado del «averroísmo latino», movimiento que hizo suyas también ideas no averroistas pero afines a la tesis de Averroes, condenada en 1277 por el arzobispo de París, Esteban Tempier. Precisamente contra Siger y otros filósofos de su escuela, Santo Tomás escribió el De unitate intellectus. Para Santo Tomás, el intelecto posible tiene su principio en el cuerpo, pero cuando éste muere, aquél se mantiene inmortal; es a la vez distinto en los diversos individuos, como también es distinto para cada individuo el intelecto agente. Santo Tomás salva así la inmortalidad del alma individual, si bien la concibe como una forma del cuerpo, y niega de tal modo la tesis averroísta de la separación, contraponiendo a ella la unidad, como también niega la teoría del intelecto único superindividual.
La teoría averroísta es combatida con argumentos puramente racionales, basándose en los textos de Aristóteles y. de los peripatéticos. Según Santo Tomás; Áverroes había falseado no sólo el pensamiento de Aristóteles, sino también el de Teofrasto y el de Temistio, como posiblemente el de Alejandro. Con la teoría del intelecto separado, Averroes llevó la filosofía aristotélica a las conclusiones más absurdas. De unitate está formado por un pequeño proemio y cinco capítulos. En el primero se demuestra que, según Aristóteles, el alma es acto o forma del cuerpo, y que el intelecto es parte del alma, aun sin poseer nada de corpóreo; en el segundo se confirma dicha teoría a la luz de las doctrinas de los peripatéticos; en el tercero se demuestra la interpretación tomista, por la que «el intelecto se une a nosotros de modo que llega a formar una única cosa con nosotros mismos» (III, 82); en el cuarto, que el intelecto posible no puede ser único en todos los hombres; el quinto contiene la refutación de los argumentos averroístas, en apoyo de las tesis anteriores.
E. Pací
Estamos persuadidos de que Santo Tomás de Aquino, para usar una palabra que hoy está de moda, es el más existencialista de los filósofos. Y precisamente porque es, por excelencia, un filósofo de la existencia, Santo Tomás (él, el Doctor Angélico) es a la vez un pensador incomparablemente humano y el filósofo más excelso del humanismo cristiano. (J. Maritain)